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La dictadura venezolana ha ido escalando en el daño infligido. Miles de familias de nuestro país languidecen de angustia, impotencia y dolor temiendo el peor destino para los suyos, rehenes de la tiranía. El caso de los presos políticos, seleccionados en su mayoría para aleccionar a la dirigencia opositora y como factor de persuasión para la población, han perturbado a los organismos internacionales defensores de los derechos humanos. En sus registros está documentado que a todos los detenidos se ha irrespetado el derecho a la defensa; en los procesos se ha impuesto la defensa pública de utilería por lo que todos están viciados de nulidad absoluta. Los lapsos tampoco se han cumplido. Transcurridos casi tres meses y medio, muchos juicios no han comenzado. Todo ocurre vía telemática. Los guardias de seguridad han conseguido ganancias de la maldad. Las tarifas por no torturar oscilan entre 500 y dos mil dólares.

El tema de Estados Unidos dividió la opinión de los venezolanos, como es lógico. Eso es lo natural en una democracia, por eso se vota. Según mi percepción, los que votaron por Kamala Harris (y quienes lo habrían hecho de ser estadounidenses) básicamente se pronunciaron contra Donald Trump y sus no pocos defectos; pero quienes votaron por el presidente electo, lo hicieron porque creen que Trump garantiza un apoyo más contundente a la causa libertaria venezolana, que reforzará la denuncia de fraude contra Maduro y presionará para que se cumpla la voluntad de los que votaron por González Urrutia el pasado 28 de julio.

Este debate no es fácil de procesar frente a la angustia por el destino de los migrantes, específicamente los venezolanos desolados, harapientos y desesperados que cruzan la frontera norteamericana y que de manera terrible han sido igualados por Trump con el Tren de Aragua.

Venezuela finalmente fue ubicada por quienes defienden la libertad, en el cuadro vergonzoso y doloroso de una dictadura.

Comenzó entonces la batalla de la resistencia y la ejecución del plan a cumplir con tenacidad, con responsabilidad y con mucha valentía que no es más que la promesa de llegar hasta el final, mantra invocado por la voz principal de María Corina Machado que guía al punto de inflexión del 10 de enero, cuando cesa el ejercicio de la presidencia de Nicolás Maduro que debería entregar al presidente electo Edmundo González Urrutia.

Partir el brazo a quienes protestan, doblegar a los rebeldes, aterrorizar a los ciudadanos, no han modificado el sentimiento de un país que lo detesta y cuya causa ha sumado voluntades, especialmente de autoridades extranjeras que presencian espantadas acciones del monstruo corrupto.

Su cuota de tranquilizantes aumentó luego de recibir mensajes por su Whatsapp personal cuyo saludo fue: “has sido interceptado”, (por eso prohibió el uso de dicha aplicación en el país). Esa fragilidad era impensable hace menos de un año. Internamente desbaratado, ya no sabe en quién confiar, su entorno íntimo se ha desarticulado, presuntos amigos y socios negocian a sus espaldas o conspiran contra él. Maduro es rehén de sus miedos. La traición se ha instalado en Fuerte Tiuna y en Miraflores. Sospechosos y presos recientes son los mejores amigos de los Rodríguez, o de Diosdado, de Cilia o de él mismo. Maduro está viviendo el proceso del ocaso; de la merecida y probablemente estrepitosa caída. Quizás hasta de la ruina; ya se sabe la fragilidad de las finanzas de los tiranos que entregan su fortuna a unos testaferros.

Diosdado ha aprendido a jugar con las dos manos y a través de emisarios que ha enviado a Estados Unidos y a otros países, se propone como una alternativa, presentándose como un jefe duro, condición imprescindible para controlar a la gente -según él- y evitar la balcanización que rompería el equilibrio, tal como ocurrió con Siria, Libia e Irak. Oficialmente EE.UU. ha devuelto sin atender a los enviados del ministro del Interior. En todo caso, por el norte todo está suspendido hasta el martes 5 de noviembre cuando se elija al sucesor de Joe Biden.

Entretanto en las entrañas del oficialismo no ignoran la actual crisis y algunos de sus miembros se están reagrupando. Lo que trasciende es que para todos es indiscutible que el 28J fueron derrotados y que en las condiciones que está el país se hace insostenible que Maduro continúe a la cabeza. 

El régimen enfrenta un gran problema. Transcurridos más de dos meses del fraude electoral, la oposición venezolana sigue sólida y a pesar de la violencia y la feroz persecución, que no se ha detenido ni siquiera en los niños, la fuerza opositora avanza en apoyos internacionales y recompone su estrategia, replegándose mientras sea necesario, sin bajar la guardia.

Es esa firmeza y la cercanía del 10 de enero lo que ha llevado a la dictadura a pisar el acelerador para procurar un quiebre en la fuerza opositora. La chequera del régimen opera a fondo para sobornos y chantajes. Las cifras para comprar nuevos alacranes son impensables. Y sí hay personajes que titubean, algunos de partidos políticos pequeños y grandes, además de otros empresarios. El lobby internacional también impacta.

Maduro muestra la decisión de que en ninguna región gobierne alguien que no sea su súbdito.

De esta manera y luego de dos meses, el tirano continúa su plan contra los mandatarios que gozaron del voto popular y contra quien no sucumba a su voluntad y lo reconozca como el ganador del 28J; ese atropello inconstitucional lo intentará revestir con una ley que, según Jorge Rodríguez, extenderá con inhabilitaciones eternas para quien se atreva a disentir.

Y aún con toda esta evidencia, algunas voces proponen normalizar la situación, sugiriendo que tratemos a la dictadura con la expectativa de que Maduro no es un tirano sanguinario sino un gordito lerdo que desconoce que bajo sus órdenes se tortura a presos políticos en mazmorras, entre ellos niños marcados irremediablemente por el encierro, la incomunicación y el maltrato, sin permitirles el derecho a la defensa.

A Maduro le es imposible esquivar los pronunciamientos de mandatarios y entes internacionales que con firmeza exigen que sean respetados los resultados electorales que el pasado 28 de julio favorecieron con casi 4 millones de voto de diferencia, a Edmundo González Urrutia. Tampoco puede pasarle por encima a los alarmantes y sólidos informes como el debatido por la Misión para la Determinación de los Hechos en Venezuela que sustenta violaciones de los derechos humanos, con torturas, tratos crueles y despiadados, incluyendo abusos sexuales contra menores de edad.

Maduro ni siquiera puede decir que su jaula es el país porque no lo puede transitar; es el hombre más detestado de Venezuela.

Entonces hay que resistir. No se la pongamos fácil a la tiranía comprando discursos (pagados por la dictadura) que convocan al desaliento y la decepción. 

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