Duele mucho y golpea el orgullo que un país como Venezuela no tenga combustible y sufra por ello terribles consecuencias. Y en ese punto estamos, además, en el auge de una pandemia, sin recursos financieros y sin producción local, con un sistema de salud derruido, sin libertades ni justicia y con cinco millones de ciudadanos fuera del territorio.
Parecía difícil hacer tambalear a Maduro, pero la escasez de combustible lo hará. No siempre el coronavirus le servirá como coartada.
Una carreta con un burro es utilizada por un pequeño productor para llevar la leche hasta la quesera, en la Grita los campesinos de las montañas lamentan no poder trasladar 5.000 toneladas de hortalizas que alimentarían al país cada semana, en las calles se observan a pacientes desesperados que no tienen cómo llegar a un centro asistencial. Son imágenes a las que se sobreponen las de médicos y periodistas urgidos de trasladarse a cumplir con su deber y que son obligados por efectivos militares a hacer colas interminables y en muchos casos conminados a cancelar cantidades en dólares que nunca un venezolano imaginó que en su país pagaría por un tanque de gasolina.
Maduro prefirió entregar a Cuba y a los militares los pocos litros de combustible que quedaban. Para la FANB es su comisión por encargarse de controlar al pueblo irritado, por contener la desesperación de la gente en medio de una cuarentena que convenientemente Maduro prolongará, celebrando lo fácil que le resulta tener a un pueblo encerrado con el terror de contagiarse del coronavirus.
Por eso la dictadura lo único que tiene como operativo frente a la pandemia son soldados con fusiles que matraquean y reprimen. Pero también ellos van a comenzar a sentir hambre. Ya hemos visto amagos de enfrentamientos entre la Guardia Nacional y la PNB, y entre la GN y la FAES. El privilegio de controlar las estaciones de servicios y con ello conseguir divisas está siendo causa de disputas.
Nadie lo imaginó. Acabaron con nuestra fuente de riqueza. El saqueo comenzó en 1999 y Maduro remató. Lo que ha sucedido carga de vergüenza y odio a los venezolanos. El economista José Guerra recordó recientemente cómo el chavismo destruyó uno de los complejos de refinación más grande del mundo que de producir 1.303.000 barriles diarios el equivalente de unos 200 millones de litros de gasolina -más que suficiente para el mercado interno y exportar- pasamos a producir 30.000 barriles diarios de gasolina y gasoil. El resto debe ser importado. Con el problema que dinero no hay.
Acabaron la industria con saña, inmoralidad y codicia. Ni siquiera mantuvieron el negocio en pie para que siguiera sonando la caja registradora en beneficio de ellos. Robaron con impunidad, destrozaron su estructura y espantaron al personal profesional. PDVSA terminó manejada por cuatreros que desconocían lo que era un balancín de petróleo. Con soberbia y autoritarismo Chávez desmanteló equipos de profesionales, satanizó la palabra meritocracia y entregó la gerencia a un adulante avaro que la bautizó como la empresa roja rojita.
Lo de Maduro no tiene perdón de Dios. A quienes ha puesto a presidir PDVSA, él mismo termina acusándolos de corruptos. A Rafael Ramírez, que se quedó hasta septiembre del 2014, lo llama ladrón. Lo sustituyó Eulogio Del Pino que estuvo hasta el 2017 para que luego él y su sucesor Nelson Martínez, fueran apresados por robar. Martínez, murió en prisión. Apenas duró tres meses en el cargo. En ambas gestiones se perdieron por lo menos 15 millones de barriles.
Y el de data más reciente ha sido un militar con destino incierto. El mayor general de la GN, Manuel Salvador Quevedo, tenía como referencia haber sido represor, sospechoso de oscuros manejos en la Misión Vivienda y compañero de promoción de Diosdado Cabello. Con su designación en PDVSA también le fue entregado el ministerio de Petróleo. Ahora se especula que entró en desgracia. Su último registro oficial fue el 19 de febrero cuando Maduro nombró una comisión ante la emergencia energética por las sanciones y designó a Tareck El Aissami para presidirla. Comisión que nada dice frente a la evidente escasez de combustible. Otra vez la censura dando soporte a la dictadura. Todo el que intente documentar las largas colas o entreviste a quienes padecen para llenar sus tanques, son atropellados y/o detenidos.
Se ha llegado al mínimo histórico. Maduro venía protegiendo a Caracas para evitar la explosión, dejando sin servicio eléctrico y sin agua a gran parte del país. Pero la falta de combustible es detonante. El hambre se acerca. Los reportes de protestas y saqueos en el interior del país y en la capital prueban que la tensión se va acumulando. Tic, tac.