Además, tembló. Un sismo de 4.8 en la escala de Richter se produjo a las 11:16 pm del martes 21 de julio en la frontera entre Colombia y Venezuela. Los colegas residentes de Maracaibo reportaron de inmediato que el movimiento se había sentido con fuerza. Para el registro quedaron las paredes agrietadas de algunas viviendas. Funvisis, Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas, único organismo autorizado para emitir información oficial sobre esos eventos se dio por enterado casi 45 minutos después.
¿Qué más nos va a acontecer?, se preguntan los habitantes del Zulia, otrora estado más rico del país. Hoy las plagas que le han caído superan a las diez bíblicas de Egipto.
La pandemia no debía sorprender a ningún venezolano que arrancó como testigo del mundo en pánico. En nuestro país la explicación a la lentitud de los contagios era obvia: cuando el COVID-19 se convirtió en pandemia, Venezuela llevaba meses aislada. Moverse más allá de la frontera se había ido convirtiendo en una costosa proeza. A pesar de eso, Maduro y los cubanos no iban a dejar pasar la oportunidad de aprovechar el coronavirus para apretar las tenazas y apagar los brotes de protestas que se extendían ante la escasez de alimentos, el colapso de los servicios y el inminente agotamiento del combustible. Entonces la cuarentena fue adelantada sin importar las consecuencias económicas. A Maduro los únicos números de eficiencia productiva que le interesan son los que resultan en ganancia directa a sus bolsillos.
Mientras en la capital se ajustó la vigilancia cubana y se estimuló la delación, en el interior era más relajado el operativo. Entretanto, para millones de venezolanos la prioridad era y sigue siendo, conseguir algo de comer. “Primero mata el hambre que el coronavirus”.
Las Academias, los epidemiólogos respetados, científicos en general, advertían con severa preocupación las desastrosas condiciones de los hospitales del país (algunos con meses sin recibir agua), la escasez de medicamentos, la falta de personal, la ausencia de equipos, la poca disponibilidad de respiradores. Protestas al respecto se organizaron desde el 2015 y nada se hizo. El COVID-19 se fue extendiendo –aunque las cifras oficiales ocultan la realidad– y Maduro comenzó a burlarse de la cantidad alarmante de enfermos en otros países cuyos gobernantes lo han adversado en defensa de la democracia.
Y sucedió lo inevitable, el coronavirus llegó. Con el Zulia ha sido implacable. Ya antes de la pandemia el registro de la crisis en ese estado por la ausencia de servicios públicos era cotidiano. Destaca la tortura ante la falla constante de electricidad (esta semana la sensación térmica fue de 41.5 grados C, 105.8 grados F). El COVID-19 también trajo de regreso a venezolanos desesperados. ¿Qué hizo el régimen? Colocó el punto de control de ingreso de Colombia lejos de donde indicaba la política de seguridad. Porque en la dictadura el criterio siempre lo decide la corrupción. Así, con el paso a través de las llamadas trochas, las mafias chavistas sacaron provecho económico. El legendario Mercado de las Pulgas, en Maracaibo, se convirtió en epicentro de la pandemia. Aun así siguió operando porque en un régimen de criminales la prioridad son sus socios mafiosos. El tráfico de moneda e insumos diversos que habían ingresado de contrabando desde Colombia, se vendían con la anuencia de las autoridades locales. Nada de vigilancia policial ni de control sanitario.
Al dispararse las cifras de COVID-19 en Zulia, la dictadura encontró una nueva oportunidad para estigmatizar y acusó a quienes ingresaban al país de bioterroristas. En algunos pueblos han llegado a marcar las casas de los contagiados.
El miedo, la represión, la censura se han encargado de lo demás. El personal sanitario ha cargado con la peor parte. Con un ritmo de trabajo insostenible, carece de equipos de bioseguridad. Este miércoles habían fallecido 14 médicos y tres de enfermería. Los profesionales están alarmados por la velocidad con que los pacientes dejan de vivir y sienten que eso no interesa a ninguna autoridad. Si denuncian son encarcelados. No hay protocolo de nada. Los ingresos no son contabilizados, se hacen muy pocas pruebas que son preservadas para la élite chavista. A los sospechosos de contagio se les traslada a hoteles expropiados. El temor de ser señalados como “trocheros” hace que las personas acudan a los centros de salud cuando ya es demasiado tarde. El único crematorio que funcionaba ha colapsado. Se informa que hay un operativo de seguridad para entierros rápidos a espaldas de periodistas y familiares que han de conformarse con el reporte de que su ser querido murió por COVID-19.
¿Maduro? Hace más de un año no pisa el Zulia. Aunque para fiestas sí. De esa diversión se ha encargado Nicolasito, que junto a sus socios se ha enriquecido a costa de un rico y hermoso territorio convertido ahora en cementerio.