14 Nov
¿Se sumará Trump a nuestra causa?
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La felicitación enviada por el presidente de Colombia Gustavo Petro a Donald Trump como mandatario electo en Estados Unidos podría leerse como un mensaje implícito para Nicolás Maduro. Dos veces Petro, en la red social X, arrancó sin cortapisas: “El pueblo estadounidense ha hablado y se le respeta”, premisa que Petro sabe que ha sido incumplida por su colega venezolano derrotado en las urnas. Sin embargo, hasta ahí parecen llegar el colombiano y otros jefes de Estado que solicitan a Maduro en sus declaraciones que presente las actas que ellos saben que nunca aparecerán, siendo entonces ¿cómplices? o testigos cómodos que apuestan al agotamiento, al desgaste de los ciudadanos, a la comodidad de la solidaridad automática con la que desvían la mirada de las atrocidades de su vecino.

Realmente no han abundado los apoyos enfáticos y públicos de gobernantes, aunque justamente por eso, los que sí se han pronunciado han resultado potentes.

Consciente de esta realidad, la dirigencia opositora encabezada por María Corina Machado y Edmundo González Urrutia se ha esforzado en mantener una eficiente comunicación con el mundo democrático para lograr que entienda la realidad de nuestro país y se integre activamente a nuestra causa, sin importar que sean mandatarios de derecha o de izquierda.

El tema de Estados Unidos dividió la opinión de los venezolanos, como es lógico. Eso es lo natural en una democracia, por eso se vota. Según mi percepción, los que votaron por Kamala Harris (y quienes lo habrían hecho de ser estadounidenses) básicamente se pronunciaron contra Donald Trump y sus no pocos defectos; pero quienes votaron por el presidente electo, lo hicieron porque creen que Trump garantiza un apoyo más contundente a la causa libertaria venezolana, que reforzará la denuncia de fraude contra Maduro y presionará para que se cumpla la voluntad de los que votaron por González Urrutia el pasado 28 de julio.

Esta complicidad se debe acabar. ¿Contribuirá Trump a ello? No sabemos.

Entretanto ¿no tenemos suficientes problemas para ahora desarrollar nuevas agresiones entre nosotros?

¿A quién le vamos a dar lecciones en otro país sobre por quién votar si no hemos logrado sacar del nuestro a un mamarracho dictador sanguinario? Enredos estériles como si no bastara con divisiones activadas por los alacranes descarados, así como también, y esto es muy grave, con dirigentes pret-a-porter cuyo comportamiento es descorazonador y sospechoso al asomar la posibilidad de ir a unas elecciones regionales, rompiendo la unidad y con ello irrespetando a un pueblo perseguido y martirizado.

Llegar al 28 de julio ha significado un evolucionado ejercicio de ciudadanía con una inmensa dosis de sacrificio. Hicimos elecciones primarias y se esquivaron con eficiencia los obstáculos para boicotear la candidatura de María Corina Machado quien con astucia y generosidad delegó en Edmundo González Urrutia la opción presidencial. La campaña fue realmente una epopeya que concluyó en un triunfo que además es posible de demostrar. Todo esto, y hay que repetirlo porque algunos parecen olvidarlo, ha forzado a Maduro a quedar en evidencia, a mostrarse como el personaje que ejerce el poder sin legitimidad. El tirano con el calificativo, además, de sanguinario.

Así que lo conveniente es mostrar respeto a otras realidades y a la expresión de otras voluntades que tienen la suerte de poder ejercer su voto en libertad. Las peleas innecesarias dejémoslas a otros.

Este debate no es fácil de procesar frente a la angustia por el destino de los migrantes, específicamente los venezolanos desolados, harapientos y desesperados que cruzan la frontera norteamericana y que de manera terrible han sido igualados por Trump con el Tren de Aragua, esa banda sanguinaria, obra de los laboratorios de la dictadura que ha financiado, protegido y garantizado la impunidad de grupos criminales.

El asunto es que el debate entre esas posiciones ha degenerado en reacciones públicas de lado y lado que me dejan un mal sabor. ¿Por qué agredir a quién piensa distinto? ¿No estamos siendo una réplica de lo que tanto despreciamos?

Y otra cosa: la hipocresía está por doquier. Maduro ha conseguido cómplices en todos lados aprovechando la doble moral de los que comercian sin importar la tragedia que significa esa operación. Es la cara falsa que convive cómoda con el crimen organizado, comprando petróleo trasegado en aguas convenientes, que trafica oro de sangre. Ocurre en el mundo entero y mucho en Estados Unidos donde la élite de la dictadura venezolana goza de propiedades y negocios, coloca a sus hijos en las mejores universidades y registra en redes sociales la vida que a un ser común le es imposible de soñar. Fortunas injustificables transitan en cuentas extranjeras. Testaferros conocidos, enchufados despreciables son anfitriones de negocios que se publicitan y sostienen con la coartada de aportar impuestos como si fuesen los mejores ciudadanos.