Ha sido imposible para Nicolás Maduro ocultar que está con los estados alterados por la fuga de Leopoldo Líopez. De nada le sirvió la compleja red de seguimiento y espionaje, la intervención de las comunicaciones, los intentos de sobornar al personal que trabaja en la embajada de España en Venezuela, o la persecución al embajador Jesús Silva. El pasado viernes 23 de octubre, Leopoldo López se le escapó a la dictadura.
Cuatro días después, la reunión entre el presidente del gobierno español Pedro Sánchez y Leopoldo López, contribuyó a la ira acumulada de Maduro. El evento que se prolongó más allá de la hora y media se llevó a cabo en la sede del PSOE. En posterior rueda de prensa, López regalaría varios titulares. Uno de ellos fue: Sánchez considera que Maduro es un dictador.
El juego político había cambiado.
Maduro venía avanzando confiado en los preparativos de su fraude electoral para el 6D. Y aunque Henrique Capriles finalmente decidió no participar, su pronunciamiento público de considerar esa posibilidad había mostrado diferencias en la golpeada unidad de la oposición. El objetivo de lesionar al gobierno interino se había cumplido. El empeño de Maduro iba en doble vía: la construcción de una falsa oposición, tan amoral como el chavismo, por una parte, y la fractura interna que garantizara el cese del gobierno encargado de Juan Guaidó, por la otra. La apuesta de esta sentencia de muerte se apalancaría en ciertas circunstancias, entre ellas el posible triunfo de Joe Biden.
Pero Leopoldo López se escapó. Después de casi siete años privado de libertad vuelve a ser protagonista y la comunidad internacional lo recibe con los brazos abiertos. Y adelantó sobre su jornada futura: “tengo la intención de ir donde me toque hacerlo. No solamente Europa y el continente americano, también Asia y África. Esperamos hacer acercamiento con todos los demócratas, independientemente del espectro ideológico, para que entiendan que los venezolanos necesitamos el mayor apoyo para alcanzar la libertad. Requerimos unidad y cohesión para salir de la dictadura”.
López, con un discurso moderado, centró su ataque en Nicolás Maduro como el principal responsable “de un sistema corrupto, antidemocrático, represor y vinculado al narcotráfico. Pero hay algo más: podemos decir claramente que Maduro es un asesino. Él ordena matar gente. Es un criminal que lidera una estructura que ha saqueado y sigue saqueando el territorio nacional y las riquezas de los venezolanos”.
López precisó que parte de la élite chavista podría formar parte de la transición. El mensaje quedó claro. Vénganse, saquemos juntos a Maduro. Para ese momento el dictador buscaba culpables de la fuga. Había ordenado sacar del ministerio del Interior y Justicia al general Néstor Reverol.
Al recién estrenado general en jefe lo alejó de las armas y lo lanzó al caos del sistema eléctrico para que se achicharre.
Y la oposición venezolana volvió a ser noticia. Leopoldo López envió mensajes a todos los sectores del país. La mayoría disfrutó que burlara con éxito el férreo sistema de seguridad del régimen.
Sí, la activación pública de López agita la lucha y alienta a un pueblo extenuado.
Por supuesto que Maduro reaccionó. Sangrando por la herida activó su cruel aparato persecutor para detener a los familiares de funcionarios del gobierno interino (mejor si se trata de ancianos) allanando sus residencias y destruyendo sus bienes. De manera muy específica apuntó contra el periodista Roland Carreño, directivo de Voluntad Popular, sobre el que ordenó construir un expediente que lo vinculara con acciones terroristas. El mismo cuento de siempre. Probablemente hasta las armas que han sembrado a otros, ahora son recicladas.
En cuanto a Leopoldo López, fue difícil para Maduro comportarse con control en la cadena nacional a la hora de tocar el tema. A Pedro Sánchez lo atacó: “¿Hasta cuándo tu subestimación, tu desprecio por la realidad venezolana? Tú siempre, siempre, cometes errores”, gritó.
Maduro agregó elementos truculentos a su narración. Comentó que el alcalde mayor Antonio Ledezma -también fugado y en el exilio en Madrid- había planificado asesinar a López y la dictadura lo había evitado. No satisfecho con este cuento, Maduro agregó que el general Raúl Isaías Baduel -preso, incomunicado en la tumba- había programado atentar contra López. Cuando ya parecía que no podía inventar más, dijo que Leopoldo López privado de su libertad, vivía en una celda mansión de dos pisos donde el bondadoso régimen lo alojó.
Maduro se quitó la careta al referirse a la posibilidad de que más de 60 países no reconozcan el proceso fraudulento que pretende celebrar el 6 de diciembre: “no nos importa”.
Ya veremos.