Antes de irse a China, Nicolás Maduro acusó –una vez más- a la oposición de malas intenciones. Él gusta de rotar las teorías. Un día se levanta con antojo de magnicidio, y por ahí se va, en acusaciones y denuestos. Alguna otra mañana decide inclinarse por señalar a Henrique Capriles de conspirar con el imperio, hipótesis que puede sazonar con la CIA, la MUD o lo que se le antoje. Y para explicar el desabastecimiento, obvio, tiene que señalar a Fedecámaras.
Es evidente que la escasez de decenas de productos de primera necesidad se expresan en desesperación, largas colas y en maltrato para los venezolanos. Y todo eso se va traduciendo en impopularidad. Eso lo sabe el gobierno. Por eso su decisión de buscar dinero a China, la solicitud urgente de importación de productos –ahora más que nunca saltándose los trámites legales, situación que aprovechan los corruptos boliburgueses- y la invención del supuesto plan de sabotaje económico. Según Maduro, la oposición estaría preparando un ensayo de explosión social que tendría como laboratorio al Estado Lara, territorio del que es gobernador, Henri Falcón y a cuyo liderazgo este gobierno le teme.
Invente lo que invente, Maduro no puede evadir su responsabilidad en el desastre de la economía. Chávez lo esquivaba con su carisma invadiendo los medios. Maduro también los invade, diría que más todavía que su antecesor, pero en la materia carisma está raspado con 01. Parece que en otras también.
Lo cierto es que en la calle se va sintiendo impaciencia y molestia por la situación económica, mientras el calendario sigue avanzando hacia el 8 de diciembre. Como van las cosas esta fecha va tomando una inusual relevancia y se va convirtiendo en una gran oportunidad. Ojalá la mayoría de los ciudadanos lo entendamos.