Un camión cargado de carne atacado por decenas de motorizados a quienes poco les importó un ser humano cuya vida se extinguía, asfixiado entre la marabunta y la cabina que lo aplastaba producto de haberse llevado la barra de seguridad de altura en la autopista Francisco Fajardo, eso es este país.
Duele en lo que nos hemos convertido. Porque si bien muchos dirían, esa parte de Venezuela no somos nosotros, pues sí, sí lo somos, y es nuestra responsabilidad, así enfrentemos el gobierno, así despreciemos sus acciones, así votemos religiosamente.
Seres despiadados, cargados de odio exhumando hostilidad es el panorama con el que tenemos que convivir en una rutina que ha expelido a miles de venezolanos fuera de nuestras fronteras.
La imagen del camión saqueado es una muestra que en pequeña escala podría explicar exactamente lo que hace este gobierno con Venezuela. Así operan. Arrebatan las riquezas sobre las cuales caen como zamuros, destruyen todo lo que encuentran a su paso, violentan las leyes y además destruyen vidas sin piedad y con total impunidad.
Pasan los días y aún resistimos, aunque con impotencia somos testigos de un país que se desmorona, que va desapareciendo como una vela que se derrite.
La actitud de quienes de manera ilegítima se encuentran en el poder es la de estar raspando la olla. Entregan las hilachas para quedarse un rato más gobernando. Y en el camino juegan a desmoralizar a los defensores de la democracia, inventan historias insólitas, increíbles. Porque ya ni siquiera le temen al ridículo.
Aún nos mantenemos con el aliento del 8D. A pesar de todo. Quien no vote, no quiere ni a su mamá, ni a sus hijos. Ni así mismo.