Nicolás Maduro se ha disparado en un pie. Lejos de convencer sobre su intención de luchar contra la corrupción al descabezar a Tareck El Aisami, uno de los hombres de su máxima confianza, Maduro ha quedado expuesto como el principal responsable de un gigantesco saqueo que deja en evidencia la rebatiña de una élite que actúa con total impunidad en el asalto de los recursos públicos, mientras la mayoría de los venezolanos vive en la miseria.
En el destape de esta podredumbre es imposible que el recuerdo de Hugo Chávez salga ileso. El desguace de los recursos del país comenzó con el militar fallecido y ha continuado con Maduro en el poder. Sobre Chávez, las investigaciones de expertos han detectado y documentado el desvío de miles de millones de dólares de ingreso petrolero hacia cuentas cifradas en paraísos fiscales. Y falta mucho por determinar.
Con Maduro apenas ahora se destapa la olla. Las consecuencias del despido de Tareck El Aissami parecieran mostrar como efectiva la estrategia de los americanos que presionaron para que el exministro de petróleo fuera execrado, al quedar expuestas decenas de operaciones delictivas. Tareck es el rostro que aún no ha hablado, lo que alimenta la sospecha de que sigue meciendo la cuna, ante el hecho indiscutible de que había montado una estructura inmensa de la que solo hay 55 detenidos.
Mientras Tareck no aparezca, Maduro pierde. Cada vez que Diosdado diga “no nos atrevemos a señalar a nadie”, retumbará su cara de miedo.
Sería interesante determinar el origen de la captura de Alvaro Pulido Vargas, flamante socio de Alex Saab. Se trata de una detención incómoda que enreda el relato oficial que intenta vender la supuesta inocencia del empresario fraterno del régimen. En esta ocasión, involucrar a Pulido Vargas hunde a Saab en el entramado de corrupción montado por El Aissami, lo que, por cierto, ha sido advertido insistentemente por las fuentes. También surge otra interrogante. ¿Habrá sido el propio Saab quien en un nuevo gesto de colaboración con los americanos implicó a su socio?
Entregar el operativo de detenciones al Sebin es otra señal de debilidad de Maduro con la que deja en evidencia su desconfianza en la Fuerza Armada ante la certeza de que El Aissami había permeado esa institución. Tampoco a Maduro le ha agradado volver a depender de su enemigo interno, Diosdado Cabello. El tema de los cambios de oficiales en puestos clave, se maneja en secreto. Varios gobernadores están en observación y el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López y el director de la DGCIM, Iván Hernández Dala, tienen una lupa sobre sí.
El ventilador se ha prendido sobre una gigantesca corrupción que ha trascendido a la opinión pública a pesar de la censura. Sin embargo, que el caso de Pdvsa/criptomonedas haya explotado está lejos de significar una intención de buena voluntad. Maduro trata de recomponerse en su papel en el que se declara muy dolido y pocos le creen porque está entrampado. Con cada explicación aumenta las sospechas y con cada hallazgo que corrobora el saqueo, se le hace más difícil evadir la responsabilidad en el asalto al patrimonio nacional. Porque sin duda, Maduro es culpable de convertir a Venezuela en el paraíso del crimen organizado.
La verdad es que en la élite del régimen nadie es inocente. Para el engranaje de esta inmoralidad que apenas se asoma, fueron convocados todos los personajes de confianza. Se invirtió también en costosos sistemas que debían convertir a los delincuentes en seres invisibles. Además, una maquinaria de extorsión operó bajo el conocimiento de mandatarios regionales y la supervisión de efectivos militares.
El régimen está muy lejos de querer desmantelar el complejo engranaje de corrupción. Lo que Maduro procura es sustituir a los actores despedidos para que no se detenga del ingreso de billete.
El petróleo, manejado como una operación de narcotráfico, no es el único negocio ilícito que opera desde Miraflores. En decenas de ellos, Nicolasito, el heredero, ha sido incorporado. También fue Maduro quien ordenó que Pdvsa realizara las compraventas con criptomonedas.
Todo se cumple bajo el escenario del delito con nombres ocultos, rutas clandestinas, intermediarios secretos, ausencia de registros, lavado de dinero, empresarios y testaferros, en un marco de lujo ostentoso y descarado, en claro despliegue de la impunidad.
Mientras, los cálculos de montos del asalto al erario se incrementan diariamente en miles de millones de dólares.