09 Nov
La honorable voluntad de medirnos limpiamente
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El pánico del régimen es tan grande e inocultable que se debe esperar lo peor. Es su reacción ante la fuerza opositora demostrada en la elección primaria, ahora con una candidata que el mismo Nicolás Maduro sabe invencible. Por eso nada nos ha de sorprender, ni siquiera la posibilidad de llevar muy lejos el conflicto con Guyana utilizando peligrosamente el sentimiento patriótico con un referendo consultivo y una efectista movilización de tropas. “Un dislate histórico”, como bien dijo Rocío San Miguel de Control Ciudadano.

Un Nicolás Maduro derrotado pretende rugir sin que eso logre borrar el testimonio de voluntad ciudadana, de civismo, de decisión y valentía, de desesperado y absoluto deseo de cambio registrado el pasado 22 de octubre.

Y en todo lo mencionado, lo más destacable es el convencimiento democrático. La decisión de votar para elegir el candidato de su preferencia.

Por eso, uno de los aspectos más destacable de la elección primaria fue cómo quedó desbaratada la hipótesis esgrimida y utilizada por Maduro a su conveniencia, de atribuirle a la oposición planes terroristas y todas esas sandeces que solo están en la agenda de ellos, los de Miraflores y Fuerte Tiuna, de los funcionarios asalariados para la violencia, y las bandas estructuradas en cárceles con permiso para matar.

Maduro está arrepentido de no haber impedido la realización de la elección primaria, pero le resultaba humillante tener que admitir su temor a que la oposición escogiese el candidato con el que tendría que medirse. Apostó entonces al fracaso de ese proceso electoral carente de recursos, que cargaba con condiciones internas adversas no solo de tendencias naturales en una democracia, si no con los alacranes infiltrados, financiados para socavar la intención democrática y unitaria. Maduro contaba además con la incapacidad operativa de unos partidos políticos debilitados y un pueblo que según sus asesores estaba agotado, sin voluntad, observando con indiferencia y desinterés la política, agobiado por el hambre y demás problemas para subsistir.

Maduro además veía francamente difícil que bajo las circunstancias mencionadas el pueblo se enterara de la elección primaria. La censura venía siendo implacable. El nombre de la candidata María Corina Machado no fue mencionado en ningún medio radioeléctrico y el proceso de medición electoral opositora tampoco. Eso alimentó con números equivocados a la sala de estrategia de Miraflores que calculó la participación en menos del 30 por ciento que realmente votó. Bajo ese escenario el régimen consideró al peligro reducido, contando con que ese porcentaje sería eclipsado con el dinero logrado después de la firma del Acuerdo de Barbados, colocado en manos de su maquinaria que pondría a andar los recursos recibidos con la suspensión de las sanciones. Dinero que llenaría temporalmente las neveras de alimentos y serviría para el pago de algunos bonos volátiles con la inflación, pero suficientemente efectistas para afrontar su soñada reelección presidencial.

Pero el escenario de Maduro se hizo añicos desde temprano del domingo 22 de octubre, cuando la gente sin alharaca y con una férrea decisión se fue organizando en centros modestos, algunos improvisados y al aire libre, donde los votantes serían recibidos para expresar su voluntad de quien debe batirse en una elección limpia. Con el paso de las horas los reportes para Miraflores fueron crecientemente preocupantes. Ríos de gente en urbanizaciones y en barrios de ciudades y pueblos remotos. Numerosos grupos se trasladaron a pie por la ausencia de combustible y muchísimos soportaron una lluvia tenaz que solo reivindicó la voluntad a prueba de cualquier tempestad.

Era indesmentible lo que estaba sucediendo. Y como diría la finada Tibisay Lucena, fue la expresión de una tendencia irreversible.

Más de dos y medio de millones de venezolanos votaron dentro y fuera del país. De ellos, más de 2 millones 200 mil lo hicieron por María Corina Machado, mujer tenaz, valiente y preparada, subestimada y despreciada por Maduro. Fue entonces cuando el entorno radical de Nicolás se apresuró a construir excusas y a improvisar estrategias, alimentándole ese odio que lo ha llevado por el camino de la Corte Penal Internacional.

El resto aún acontece en despropósitos insostenibles ni jurídicamente ni en lógica alguna, como que el desacreditado Tribunal Supremo de Justicia considere sin efecto la jornada electoral. Si no existió ¿de qué culpan a los encargados de organizarlo? Sin embargo, para ellos la trampa siempre es posible. En contraste, ahora buena parte de Venezuela luce con orgullo el civismo y la renovada voluntad de defender sus derechos políticos. Nadie dijo que sería fácil. Y seguimos.