Ahora sí, Nicolás Maduro se quitó el velo que ocultaba su esencia. El 28 de julio pasado Maduro encabezó un golpe de Estado bajo la operación fraudulenta de proclamarse presidente sobre unas actas inexistentes, inventando el resultado de un escrutinio insostenible, imposible de probar, aunque con sus trampas -hasta las judiciales-, aún trabaja en la falsificación de la evidencia.
Fue una elección que contó con una participación histórica a pesar de haberle impedido votar a por lo menos 4 millones y medio de venezolanos residentes en el extranjero. Un proceso que permitió confirmar que Nicolás Maduro está en el lado opuesto de la democracia y que lo ha expuesto como un dictador impopular, amoral y resentido.
Ha marcado Maduro con este fraude descarado, la ruta de su fin.
El asalto a un cargo que no obtuvo por los votos le ha exigido quitarse la careta ratificando las razones que lo han llevado a la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, ahora con un elemento adicional: Hacerse con el poder ilegalmente, agravado con una cacería implacable de la legítima protesta. No dudó Maduro en ordenar reprimir con el consecuente registro de muertos y heridos atacando además a los sectores populares que durante mucho tiempo fueron chavistas.
Reprime también con las tenazas de la censura o con las prácticas de los nazis activando aplicaciones y otros canales que invitan a los ciudadanos a delatar a sus vecinos o demás conocidos que participen en acciones de calle.
Aplicar la fuerza bruta no necesariamente significa solidez política sino al contrario, es un síntoma de fragilidad que lo lleva a exponer alianzas impresentables como con los matones de carteles de la droga, con bandas armadas de Colombia, con brigadas cubanas de represión, con informáticos chinos, técnicos en comunicación rusos o iraníes y por supuesto, con los colectivos armados por su régimen que actúan bajo la impunidad que su mandato garantiza.
Algo hay que destacar, la medición reciente confirma que 8 de cada 10 venezolanos lo detestan, él lo sabe y está por ello, aunque no lo demuestre, muy asustado, mientras aún se contabiliza la cantidad de detenidos, desaparecidos y muertos, dentro del hermetismo y la implacable censura de una dictadura.
¿Estamos solos? Puede parecerlo, pero la reacción inmediata ha demostrado el desagrado de la mayoría de las democracias ante el inconfundible tufo que exuda Maduro como dictador. Después de esto, ya no tiene manera de ocultarlo. El informe del Centro Carter a quien consideraba su aliado -de hecho, fue el único ente autorizado a presenciar el proceso- le sorprendió ingratamente.
Tan descarado habrá sido Maduro que el Centro Carter concluyó que esta elección no puede ser considerada como democrática. Fueron muchas las razones que alimentan la conclusión de que el 28 de julio se cumplió un proceso irregular en todas sus etapas. Entre dichas razones destaca que el CNE anunció los resultados no desglosados por mesa electoral lo que viola la normativa. Para el Centro Carter hay imposibilidad de corroborar la autenticidad de los resultados porque además encontró numerosas irregularidades en la jornada, sumadas a la grotesca parcialidad política. Ni qué decir el ventajismo inocultable, especialmente en el derroche de recursos.
Por Maduro votaron básicamente funcionarios sometidos al chantaje, y en contraste, Édmundo González Urrutia alcanzó una votación insospechada por su rival que apostó a que era un desconocido y que el votante no lo ubicaría en el tarjetón. Subestimó a Edmundo y no logró doblegar a María Corina Machado que multiplicó su liderazgo recorriendo el país, mientras Maduro resignado brincaba payaseando en callejones que no lograba llenar.
Este 28J Nicolás Maduro le dio una patada a la soberanía popular y colocó sobre sí la espada de Damocles encarnada en el mundo democrático. Maduro ya está fuera de la ley. Según el constitucionalista José Ignacio Hernández, el plazo de presentar las totalizaciones de las actas -que es de 48 horas- ha vencido. Se trata del último paso del procedimiento electoral luego del escrutinio para difundir los resultados. Maduro no ha cumplido con ello porque no ha mostrado una sola acta. No puede hacerlo porque ratificaría que perdió.
Podemos agregar un detalle pendiente: la denuncia de Enrique Márquez, excandidato a la presidencia, quien denunció que la cifra leída por el presidente del CNE, Elvis Amoroso, no salió del sistema automatizado. Es decir, fue fabricada.
Estamos frente a un fraude. Se ha alterado el resultado de la elección presidencial, se ha ejecutado una falsa proclamación sobre actas inexistentes y ya ha vencido el tiempo de informar la totalización. Todo genera un vacío constitucional.
En Miraflores está como presidente el candidato perdedor.