Confieso una enorme debilidad por quienes hacen reír. Si yo logro una carcajada me ubico de inmediato en la categoría feliz. ¡Dígame si esa risa llega a ser tan irrefrenable que hace llorar! Es lo máximo. Lástima que me sucede con poca frecuencia. Siempre he estado más cerca de las lágrimas de la tristeza. La lectura de los textos que escribo genera lágrimas. Mis textos duelen. También yo he llorado mientras los escribía.
Llorar es algo que no me agrada. Eludo las lágrimas con abierta cobardía, pero qué va, ahí están tras un crimen, bajo una violación, frente a la impunidad.
Las lágrimas también brotan por indignación.
El jueves 21 Yordano asistió el programa de Ismael Cala en Miami que transmite CNN en español. Mientras lo veía, pensé: un alma no cabe en la pantalla de un televisor. Que injusto.
Yordano contó sobre su lucha contra el cáncer. Mientras hablaba sentí el aire comprimido entre las decenas de miles de espectadores. Prefiero llorar por sus canciones aun cuando expresen mucho dolor, infinita tristeza. Cualquier mal sentimiento es más amable al escucharlo cantar. “Toma la guitarra, rasga esas cuerdas, dime que lo que escucho es otra de tus maravillosas piezas” me repetía mientras lo veía. Pero no. Era una entrevista en la que conversaba sobre su realidad. Todavía no es una canción. Pero lo será.
La pena se multiplicó cuando describió las dificultades por las que ha transcurrido para poder recibir su tratamiento. Con Yordano son miles, decenas de miles de afectados. Colocar un número es injusto ante la humillación, la desesperación, el maltrato que sufren los pacientes con cáncer en Venezuela.
El Estado tiene la obligación de garantizar la salud de los venezolanos. Y este gobierno hace todo lo contrario. Ha construido dificultades, escollos que impiden a pacientes con cáncer recibir su tratamiento. Tampoco pueden hacerlo los niños con cardiopatías, los diabéticos, los hipertensos, la lista es interminable.
Se está cometiendo un crimen masivo y nosotros somos testigos pasivos, por lo tanto cómplices, mientras nada hagamos.
Son muchas las perlas negras derramadas. También son nuestra responsabilidad.