22 Feb
Nadie quiere inmolarse por Maduro
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El presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, preguntó a una eufórica multitud el pasado 12 de Febrero: ¿Alguien estaría dispuesto a inmolarse por un tipo a quien no le importa la muerte de los demás, que en su país no lo quieren ni respetan y tampoco es reconocido por sus vecinos? ¿Quién va a ir a una guerra por él? La única respuesta posible es: nadie.

Todos los miembros del entorno de Maduro lo están pensando. Incluso los entronizados. Desde Padrino López hasta Diosdado, pasando por la misma Cilia. El senador de Estados Unidos, Marco Rubio, se ha encargado de que el mensaje llegue con eficiencia y sabe que el mundo de Maduro se tambalea, que civiles y militares solicitaron tiempo y mejores condiciones. Familias chavistas reaccionan al ver hundir sus privilegios. Avizoran uno de sus miembros preso y al resto en la ruina, vagando por países que los tratarán como desecho, acechados por el escrache, escapando de la hostilidad, del odio, del desprecio. Por eso, solicitan la suspensión de las sanciones, para sobrevivir con algo de confort, aunque distante del lujo de estos 20 años, cuando se bañaron con el petróleo, vistieron con el oro y comieron de los dólares de los venezolanos.

Maduro lo sabe y también ha considerado negociar su salvación. Quizás lamenta haber llevado la situación tan lejos porque el tiempo está jugando en su contra. Es probable que se arrepienta de no haber aceptado las primeras propuestas que le pintaron un futuro en República Dominicana o España, cuando aún él y Cilia no habían sido sancionados y todavía no les habían bloqueado las cuentas personales ni los fondos de Pdvsa.

Pero ya todo cambió. Maduro no confía en casi nadie. No descarta que los cubanos negocien su cabeza. Por momentos sospecha que los hermanos Rodríguez, astutos y despiadados, podrían aplicarle la maldad que ha sido tan efectiva para liquidar a otros. Algunos han sugerido que Cilia complica el asunto con su numerosa y delincuente prole que la impulsa a ponerlos a salvo, incluida ella. Otros vaticinan que Maikel Moreno urdirá un plan jurídico en su contra. Y bueno, está el agudo tema del alto mando de la FANB. Para Maduro la traición se ha tornado en algo más que un presentimiento porque a pesar de juramentos y discursos de lealtad, son obvios los silencios, la incomodidad. Tanto así, que el usurpador ha comentado a sus escoltas que las mujeres de los militares son culpables de la distancia marcada por sus oficiales. Dice que son ambiciosas y presionan y amenazan a sus maridos con abandonarlos, si ven caer sus vidas en la ruina y la desgracia. En cuanto a la tropa, en ellos Maduro piensa poco, los considera unos hambrientos a quienes puede controlar con un bono, unas bolsas de comida y su arenga de odio.

Así que Maduro está cercado. Negar el ingreso de ayuda humanitaria lo ha expuesto como un miserable. En un mes la situación lo puso de cabeza y de la perplejidad pasó al pánico. En la FANB, la prisión, las torturas, la persecución y las amenazas no han sido suficientes. Ya la rotación en los cargos con poder de fuego ha agotado a los comandantes. Las deserciones con robos de armas ni siquiera quedan registradas. Los batallones están desmantelados. Maduro solo cuenta entre sus incondicionales a los asesinos del FAES, pero ya se sabe que los criminales responden a un puñado de monedas.

Lo que antes era una amenaza se ha convertido en certeza. Maduro ve en su futuro la cárcel o la inmolación. Quedará registrado como el más estúpido dictador. Sanguinario, pero estúpido.

La estrategia opositora ha sido la adecuada. Para un régimen constituido por mafias, el dinero tiene que ser la primera preocupación de sus miembros. Y si además les ofrecen benevolencia, bienvenida sea.

Maduro huele a muerte. Es la oscuridad, la amargura. La mentada de madre gritada en coro por venezolanos en cada rincón del planeta. Maduro es la mentira, la vergüenza. Es la homofobia, la misoginia, la vagancia, la violencia. Es llanto y odio. La mediocridad y lo obsceno. La ridiculez expuesta, la ignorancia desplegada.

¿Quién puede querer prolongar su desgracia? ¿Acaso no han visto la fuerza de las sonrisas de la gente cuando aparece Juan Guaidó? ¿No saben de la desesperación de los venezolanos por recuperar su alegría y su libertad?

El asunto es tan irreversible que la hegemonía comunicacional de la dictadura ha sido barrida por el cuento boca a boca, mientras en las redes sociales, entre sueños y bromas, se repite con fe: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.

No hay retorno.

Chao Maduro. Si te inmolas, que sea pronto.