Las universidades no se entregarán. No acatarán ninguna decisión que violente su autonomía, ni aceptarán condiciones que están fuera de la ley.
El pronunciamiento extemporáneo del TSJ -en vacaciones judiciales y contraviniendo el procedimiento- puede resultar en un boomerang para el régimen. Se trata de una sentencia que modifica las reglas de convocatoria y celebración de elecciones de autoridades universitarias con período vencido. Es decir, todas las consideradas públicas o autónomas. La decisión es la respuesta a un recurso presentado por varios rectores en el 2009 ante la prohibición de la sala electoral del TSJ de que los universitarios eligieran a sus autoridades. Diez años después, el régimen que controla el poder judicial, entre otros, en lugar de referirse a la solicitud original, se pronuncia para intervenir las condiciones electorales y establece nuevas reglas no previstas en la ley. Determina por ejemplo, la participación de cinco grupos de electores: profesores, estudiantes, egresados, personal administrativo y personal obrero. Los dos últimos no están previstos en la ley por razones sólidamente fundamentadas.
Se hace necesario volver a difundir el contenido de luminosos debates llevados a cabo hace muchos años. También se debe destacar la importancia que tiene el mundo del conocimiento para la sociedad. Y habrá que refrescar la condición de las autoridades universitarias: no son políticos de elección popular.
Esta acción judicial es un ataque estratégico del régimen. Por eso no es aislada. Antes, a finales de julio pasado, circuló una gaceta que amenazó penalmente a los rectores universitarios por no haber reconocido a Nicolás Maduro. Ahora se agrega en el cálculo esta decisión cuya destructiva intención no sólo va en su contenido. El elemento que resalta es que se produce en período de vacaciones. No hay que ser muy avezado en la política para concluir que sin estudiantes no hay protestas.
Chávez desde siempre quiso poner mano a las universidades. Intentó modificar la Ley, pero las protestas lo frenaron.
Lo de Maduro es aún peor. Acomplejado, desprecia la educación en general y la superior de manera concreta. El máximo ejercicio intelectual que hizo en la UCV fue asistir a debates de la Liga Socialista que terminaban en el relajante y libre escenario en Tierra de Nadie que le permitía fumar y escuchar música. Ambiente de felicidad que ahora se ha propuesto aniquilar. Maduro se ha tomado el trabajo de ir demoliendo las universidades venezolanas, casi el único tejido con vida de resistencia organizada que todavía queda en el país.
Porque aún los venezolanos tenemos 11 moles con inmensos campos geográficos a los cuales la dictadura no tiene acceso. Donde hay recursos sostenidos sobre sólidas estructuras, con equipos, laboratorios y muchos libros. Donde sigue produciéndose una discusión abierta planteada sobre un pensamiento crítico que con orgullo y coraje se niega a abandonar esos espacios y que hace posible que en Venezuela todavía se pueda hablar de educación superior.
Como diría el profesor Óscar Vallés: las universidades son los últimos islotes de la libertad. Y eso es lo que establece el límite último de la hegemonía entre el Estado y la sociedad venezolana.
Y es que en esa resistencia frente a los embates del chavismo, el sector universitario ha tenido un protagonismo inolvidable y decisivo, demostrando que siempre será cantera de líderes. Nada casual es que Juan Guaidó haya sido uno de los tantos protagonistas de las protestas de 2007 que ejecutaron la derrota de Chávez en su intento de reformar la Constitución.
¿Por qué ahora esta decisión? ¿No suena arriesgado alimentar el activador que le dé razones a los estudiantes para salir a la calle? Nadie ignora que el sector universitario ha sido catalizador de inmensas movilizaciones en el país.
Podría pensarse que la dictadura piensa avanzar cuando las universidades transitan circunstancias complejas, difíciles, dolorosas. Mientras miles de profesores y estudiantes han huido despavoridos no solo de las aulas sino del país.
Las universidades han ido quedando vacías. Y lógicamente, en sus entrañas también hay confrontación. Su alma política no escapa a la lucha interna del sector opositor. ¿Es acaso eso suficiente para que la dictadura entierre sus garras y aniquile a las universidades? No.
Las universidades volverán a rebelarse. Su universo tiene la histórica responsabilidad de acordar el consenso para retar al autoritarismo, para revitalizar la lucha y para vencer. Quizás este atropello termine siendo un activador para el país. Y las sombras serán nuevamente derrotadas.