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12 Dec
El Herodes contemporáneo
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Han sido tiempos duros para los venezolanos y no sabemos cómo continuarán siendo después del 10 de enero, fecha en que se vence el período de Nicolás Maduro y cuando él muy probablemente continúe con su decisión de mantenerse en el poder, obligando a los venezolanos a organizarse para tumbarlo y aplicarle justicia como lo que es: un dictador sanguinario.

Hasta ahora el mundo democrático ha sido tibio -salvo honrosas excepciones- frente al apoyo que exige un país indefenso, reprimido y torturado. Sin embargo, esta semana ha habido algunas señales de que los desmanes del tirano son monitoreados y que, por lo tanto, el tiempo de descuento de su confort se ha activado.

El comportamiento de Maduro ha sido la de un criminal que goza de protección e impunidad con permiso para pisotear la soberanía de otros países como lo ha hecho con la embajada argentina; o capaz de mantener en prisión a miles de venezolanos privándolos de su derecho a defenderse, violando sus derechos humanos.

Entre los tibios, la indiferencia o complicidad de Colombia y Brasil puede hacer que los mandatarios de esos países la paguen muy caro; tal vez por eso Gustavo Petro trata de curarse en salud al afirmar en actos públicos “miren lo que le pasa a Venezuela que ya no sabe si es democracia, ya no sabe si es revolución, y la verdad es que el pueblo ya no los quiere”.

Otros mandatarios en cambio han sido frontales apoyando la lucha opositora y con ellos Maduro como siempre, ha lucido su ruindad. Muestra reciente ha sido el asedio implacable a la embajada argentina en Venezuela. La reacción no se ha hecho esperar por lo que Nicolas Maduro ha sido puesto en evidencia ante la Asamblea de Estados Partes del Estatuto de Roma en La Haya, en vista de la amenaza de la seguridad de los asilados en su sede, todos opositores, miembros del equipo de María Corina Machado. Por eso, el embajador de ese país, Mario Javier Oyarzábal solicitó a la Corte Penal Internacional la determinación para actuar por los crímenes de lesa humanidad que se han cometido y se siguen cometiendo en Venezuela.

Ya antes, el fiscal de la CPI, Karim Khan, había advertido el lunes pasado al dictador que “el camino de la complementariedad se está acabando” por lo que su oficina no ha dejado de trabajar. Esto activa la razonada esperanza de que alguna decisión pueda producirse pronto. Khan precisó que su oficina estaba trabajando y tomando decisiones para que las víctimas en Venezuela obtengan justicia. Urgió al régimen a adoptar medidas concretas para garantizar los derechos civiles de los opositores detenidos. Y, por supuesto, exigió la liberación de los presos políticos, destacando la infame situación de sufrimiento y atropello de los menores edad que siguen detenidos.

Y he aquí un tema que evidencia la caradura de Maduro y que lo convierte en una especie de Herodes contemporáneo.

Hay que ser muy cobarde para emprenderla contra los niños. Lo hace además con menores de edad de muy pocos recursos, que en algunos casos solo cuentan con una madre que ha echado pa’lante y que ahora ha puesto en peligro su estabilidad laboral para hacer vigilia en la puerta de un penal con la esperanza de que le permitan visitarlo o para retar la distancia, alzar su voz, y decirle cuánto lo ama. También ella, al igual que decenas de mujeres, lanzan globos blancos al cielo a ver si tras los barrotes alguno de sus hijos los ven y logran escapar de la tristeza. “Hemos estado sometidas a tortura solo por ser pobres”, sentencian ellas con sabiduría.

Cualquier persona que haya estado en prisión sabe lo importante que es mantener viva la esperanza.

Las pocas misivas que llegan a las manos de las madres de los menores de edad registran la pesadilla del infierno. Como el mensaje escrito de Marianna González de 16 años que parte el alma: “mamita, nadie quiere vivir encerrado por algo que no hizo; sino puedo estar con ustedes no quiero estar con nadie; prefiero morir. Y perdóname, pero es la verdad; a veces quiero hacerme daño a mí misma. Ya no puedo más y prefiero matarme antes de seguir sufriendo”.

Otra carta desnuda el inframundo al describir una celda ubicada en el sótano del edificio de la Policía Nacional Bolivariana: “le dicen la llorona porque suda; por sus paredes no deja de filtrarse agua que se va evaporando en medio de un calor asfixiante”. Esa celda no tiene acceso a baño.

Maduro como siempre lo niega todo a través de su servidumbre, mientras nosotros, no podemos, no debemos decaer. Estamos en la obligación de defender nuestra voluntad, nuestra decisión de recuperar la democracia que pasa por lograr que Edmundo González asuma la presidencia de la República.