Era previsible que en la vorágine de nuestra realidad surgiera un grupo o movimiento al que le incomode el nuevo liderazgo opositor que ha recibido de manera indiscutible el apoyo de los venezolanos; porque si algo resulta irrebatible es que María Corina Machado y a partir de ella Edmundo González Urrutia cuentan con el aval de más de siete millones de ciudadanos, sin contar el otro tanto al que nos ha tocado vivir fuera del país y la tiranía nos ha impedido sufragar, así como también es evidente que muchos que estaban callados y tranquilitos de pronto se activaron ubicándose convenientemente desde la oposición. Y no me refiero solo a políticos, digamos oficiales; también lo han ejecutado miembros de la imprecisa y flexible, sociedad civil.
Es probable que la mirada bajo la distancia de ser migrante nos ha agudizado la percepción de acciones y movimientos -precisamente en los foros internacionales- que se han llevado a cabo a partir de la gesta del 28 de julio. Y aquí surgen algunas preguntas.
¿Por qué el régimen celebra y estimula la posición y vocería del Foro Cívico? ¿Por qué apelar al diagnóstico de la polarización de la sociedad venezolana luego de una votación de 70-30 (y esto sin considerar a quienes vivimos fuera, -lo repito-)? ¿Por qué ese acercamiento inexplicable cuando Nicolás Maduro ha anunciado oficializar el fraude juramentándose el 10 de enero? ¿No es una manera de estimular esa acción? Es como decirle a quien va a cometer un delito: tranquilo, apoyamos tu plan, nada te va a pasar, cuenta con nosotros, somos opositores suaves convencidos de que podemos convivir contigo porque solo eres un buen chico incomprendido que merece otra oportunidad, juntemos nuestras manos. Y la pregunta que no me deja de taladrar la cabeza sobre la que mis profesores de periodismo me insistían en que siempre debíamos hacer en casi todas las circunstancias: ¿Por qué esto ocurre ahora? ¿Por qué esa cercanía tan conveniente para Maduro sucede cuando se puede asegurar que la oposición y la lucha de los venezolanos está en su mejor momento político, justo después de haber alcanzado la unidad luego de unas elecciones primarias? ¿Por qué luego de lograr organizarnos para una votación, ganar, demostrar el resultado y cumplir ese proceso con éxito? ¿Por qué cuando tenemos que defender nuestro triunfo y hemos recibido apoyos internacionales se activan unos factores que aún sin haber transitado por el 10 de enero, anuncian una nueva relación de convivencia? ¿Por qué esa intensidad en desdibujar a la oposición cuando el mundo -incluidos sus aliados- saben que Nicolás Maduro fue derrotado y que le es imposible probar que ganó? Todo esto además en un marco muy contrario a la inocencia. Los lobbies fuera de Venezuela han sido disparos a traición. Arrogarse de una gestión que sabotea el ejercicio cívico cumplido por más de siete millones de venezolanos se hace imperdonable.
Y lo digo con el respeto que merecen los miembros del Foro Cívico, algunos que por cierto han reaccionado con mucha sensibilidad ante la crítica, la que ciertamente en general ha partido de la rabia y el dolor. En todo caso, cada uno es responsable de sus acciones y responderá ante su conciencia.
Sí, es penosa la sospecha. Y no hablo de que la manifieste el liderazgo político frente al Foro Cívico. Me refiero a lo que sienten las víctimas y sus familiares, que han sido blanco de la tiranía a partir del 28 de julio. Los que se arriesgaron -incluidos militares- a defender cada voto; que lo hicieron con valentía y valor ciudadano convencidos de que por la vía electoral podíamos sacar a Maduro del poder.
Hay muertos, presos, torturados, abusados sexualmente, secuestrados. El registro diario de violaciones a los derechos humanos no deja de crecer.
Los efectos de facilitar una entrega y sabotear la voluntad de un pueblo resulta criminal.
Más que desconocer al liderazgo opositor que ya había recibido el apoyo de los venezolanos en unas primarias, los normalizadores -bautizados así por el pueblo- están en la vía contraria de respetar el resultado electoral. Somos los ciudadanos los que estamos siendo atacados.
Claro que los normalizadores están en su derecho de pensar distinto, pero yo también. Y ese pacto con la dictadura me parece ruin, mezquino. Hacerlo, además, desde una supuesta trinchera opositora, como lo hacen los alacranes, resulta penoso. ¿O quién los designo para pactar en nuestro nombre?
Lamento además que esas acciones se traduzcan en procurar el desaliento del pueblo. En tratar de encausar a los venezolanos a la entrega y la resignación. Eso es imperdonable.