Que las sospechas de que el responsable de la agitación xenofóbica manifiesta en Perú recaigan sobre Nicolás Maduro, no debería sorprender a nadie. Venezuela conoce que el inventario de la dictadura se mantiene sobre violencia, miedo y represión. Y ahora, cuando la región cierra filas y presiona para el restablecimiento de la democracia, Maduro alimenta la oportunidad de ejecutar su venganza contra los venezolanos que, desesperados, han abandonado el país y contra los países que los cobijan.
La dictadura, al acusar a otros países de xenófobos, está proyectando los sentimientos que ha estimulado calculadamente. El chavismo que se ha sostenido en el odio, ha empujado su réplica contra ciudadanos venezolanos en otras latitudes.
Capítulos del chavismo instigando la xenofobia abundan en estos 20 años. Recordemos cuando en la última semana de agosto de 2015, el usurpador lanzó un decreto de estado de excepción y suspendió garantías constitucionales en seis municipios del Táchira. Ordenó el cierre indefinido de la frontera, lo que significó de inmediato violentos procedimientos. Según registro de migración, más de 1.000 colombianos fueron expulsados sin importar su situación legal. De ellos, 139 eran niños nacidos en nuestro territorio de quienes sus padres no pudieron trasladar ni siquiera sus teteros. El pueblo fronterizo de San Antonio del Táchira se espantó en el amanecer del día 24 de agosto, cuando encontraron las fachadas de muchas casas marcadas con una R (revisada) o una D (para ser demolida). Las arengas de los colectivos paramilitares azuzaron enfrentamientos exponiendo con agresiones a los nacidos en el vecino país.
El tema del éxodo venezolano se vuelve aún más doloroso con los recientes hechos que colocan a connacionales como “venecos” y “venezorranas”. Una de las consignas en la muy reseñada protesta de peruanos en la localidad de Tacana, en la frontera con Chile, fue “Maduro, recoge tu basura”. Ante este evento, el régimen hizo lo esperado. Atacó al presidente Martín Vizcarra, a quien acusó de “encabezar un plan de agresión instigado por gobiernos racistas de la región, cómplices de la oposición”.
Se calcula que más de 850.000 venezolanos se encuentran en Perú. La proyección del exilio para el 2020 alrededor del mundo llega a la espantosa cifra probable de 8 millones. Nuestra patria está deshilachada.
Ya temprano en 1999, un Manual de Instrucción Pre Militar, escrito por una “profesora” Marjorie Vásquez Díaz, bajo la aprobación del Ministerio de Educación en julio de ese año, incitaba al odio hacia ciudadanos extranjeros. El texto fue concebido para ser dictado de manera obligatoria a estudiantes del primer año del Ciclo Diversificado de la Educación Media. Fue una de las primeras e importantes luchas que dieron padres indignados contra el asomo de dictadura, ante la carga no sólo de xenofobia, sino también de racismo con el que se pretendía adoctrinar a las nuevas generaciones de venezolanos. Esa batalla dio sus frutos. La difusión del texto tuvo que ser suspendida y el fracaso en el intento de adoctrinamiento ha quedado demostrado con generaciones que, lejos de los planes chavistas, se han incorporado activamente en defensa de la democracia.
Un par de ejemplos son suficiente para dibujar la xenofobia chavista en ese manual. En la página 58, el capítulo “La inmigración” culpaba de los males de los venezolanos a “los colombianos, ecuatorianos, peruanos, dominicanos, trinitarios, cubanos y de otros países del centro y Sudamérica, quienes en su mayoría sin educación formal, sin oficio definido, con traumas, enfermedades, vinieron en busca del bolívar fácil que les ofrecía Venezuela”.
El asunto no quedaba ahí. Luego, el pretendido manual incriminaba a esa inmigración de estar involucrada en “espionaje o sabotaje de instalaciones básicas y petroleras”, para agregar en clásico léxico chavista: “ellos sirven su carne al mejor postor para engendrar hijos que les permiten legalizar su residencia en el país”.
De ese intento han pasado 20 años, cuando el registro de agresiones contra venezolanos aumenta aceleradamente. Los países de la región venían alertando sobre las consecuencias de una crisis migratoria que la dictadura se ha empeñado en desmentir. La mayoría de los gobiernos han mostrado solidaridad, pero se trata de una marea casi imposible de controlar con consecuencias que alteran la tasa de criminalidad y de desempleo.
Desajustar, desequilibrar a los países que hacen más presión para procurar que en nuestro país se cumplan unas elecciones libres, es uno de los objetivos de la alianza Cuba-Venezuela. Siempre sobre esas dos dictaduras, quien piense mal, acertará.