A pocos días de haber trascendido las negociaciones entre Henrique Caprilesy el régimen de Maduro, el discurso del excandidato presidencial ha cambiado. El personaje agresivo que se mostró envalentonado por la liberación de 50 presos políticos (aun cuando él y Maduro insisten en que son 110) ha sufrido los primeros embates tanto de la dictadura como del mundo opositor.
El discurso virulento en las redes contra Juan Guaidó y el gobierno interino, tuvo que suavizarlo con un comunicado luego del rechazo general. Después vino su fracaso al solicitar una segunda prórroga para las inscripciones de sus candidatos al proceso del 6D. Porque si bien –según fuentes políticas– Maduro directamente le dijo que sí, después no le cumplió.
¿A alguien le sorprende? Capriles tuvo que llenar las listas con nombres de candidatos “temporales” para más adelante sustituirlos por verdaderos que al parecer le ha costado conseguir. El excandidato también ha transitado por el rechazo de otros supuestos opositores, como los alacranes de la mesita que, vetados por él, le disputan territorio. En la cuenta de expertos, Capriles está atomizando los números de quienes se adelantaron en entregarse al régimen y ahora se quejan de que él llegó para desplazarlos.
El resultado es una exposición triste ante la comunidad internacional que se ha mantenido firme en apoyar al gobierno legítimo y en desconocer a Maduro. Con esta crisis, el dictador recibe un pañuelo de manos de un opositor para limpiarse el rostro manchado de sangre de los venezolanos.
El plan de Maduro es investir a Henrique Capriles como el nuevo jefe de la oposición con el que pueda dialogar y quien se ofrece como mediador para suavizar las sanciones. Capriles aún no le ha explicado al país a cambio de qué tanta gentileza con el dictador. Es evidente que a Maduro le viene como anillo al dedo el favor de dinamitar a Juan Guaidó y controlar la Asamblea Nacional. Lo que no pudo hacer ni con el Tribunal Supremo de Justicia, ni con la Constituyente, ahora se lo facilita Henrique Capriles.
El dictador ya anunció lo que aspira: la nueva Asamblea Nacional en la que el PSUV será mayoría, tendrá que apoderarse de los activos que el gobierno interino arrebató a los corruptos. Se refirió sin tapujos a CITGO, al oro y al dinero que ha sido bloqueado. Si hay elecciones, eso ocurrirá porque hasta Capriles ha admitido que en ningún caso tiene chance de ganar.
Ahora comienza un espectáculo predecible. Maduro en pose de tratar a Capriles como su adversario (aunque por primera vez le conceden un espacio en el home de VTV al lado de Jorge Rodríguez) y Capriles amenazando con no participar en el proceso del 6D. Es un pulseo en el que Capriles asoma la posibilidad de echarse para atrás, dice que no está seguro de llegar hasta el final del proceso e intenta posponer la fecha de las elecciones. ¿Ganamos algo si se retira? Pareciera que no. Ya el daño está hecho. Aumentó el desasosiego y desplegó nuestra fragilidad ante el enemigo al descorrer la cortina de la división opositora y activar enfrentamientos internos que la unidad de lucha había postergado.
La Venezuela que quiere recuperar la democracia está en las puertas de un nuevo retroceso, de perder el camino ganado, ese que Capriles pretende desmeritar. En su contabilidad no considera el apoyo de 60 países, el reconocimiento de organismos internacionales, las sanciones de América y Europa, o las acciones judiciales ejercidas contra la corporación criminal.
Maduro en cambio avanza diseñando el escenario que ansía, por ejemplo, el cese de las sanciones. La diplomacia del billete, los sospechosos habituales que residen en el Vaticano, los que trasiegan entre España y Venezuela, los rusos, los chinos y todos los interesados en negocios ilegales, animan al dictador y debaten escenarios.
En ese punto estamos. Maduro lo está considerando. Solo quiere asegurarse de que, si acepta postergar la fecha de elecciones parlamentarias, se le garantice su legitimación, lo que significa dinamitar a la oposición. Del resto, eso que llamarían el resultado electoral, se sabe que está elaborado de antemano.
Maduro y sus aliados aún no parecen convencidos de rodar el fraude previsto para el 6D. En esa decisión no pesa Capriles. La duda es por la bomba de tiempo que sigue siendo Venezuela. Y que el dictador y sus asesores temen que explote. Después de haber surfeado este año sobre el COVID-19, la realidad se puede complicar. Y un estallido unificaría a la oposición, al menos circunstancialmente.
El escenario es poco alentador para quienes luchan por recuperar la democracia. Lo que queda de nación está siendo subastado. La rebatiña de intereses externos estaba contenida mientras se mantuviese viva la legitimidad de la Asamblea Nacional. Pero lo que no pudo hacer Maduro, decidió llevarlo a cabo Henrique Capriles Radonski.