Henrique Capriles, dos veces candidato a la presidencia en representación de la oposición venezolana, ha decidido apoyar y estimular la participación en el proceso electoral, a todas luces fraudulento, organizado por el régimen bajo la fecha del 6 de diciembre. No estoy compartiendo una gran noticia. Ni siquiera es una noticia. Buena parte del país ha venido presenciando la metamorfosis de Capriles que lo fue alejando del gobierno interino y en consecuencia para muchos, ha puesto en duda su convicción opositora. Maduro ayudó a ello y él protestó. Capriles debía haber aprendido que el dictador y –su mano derecha para las operaciones de diálogo– Jorge Rodríguez, apelarán siempre a lo que necesiten para hacerle daño.
Pero Henrique Capriles está convencido de que es su oportunidad de abrir camino propio y alejarse de su adversario histórico, Leopoldo López. Alejarse también de la ruta marcada por la oposición y el gobierno interino, incluso de Estados Unidos, con lo que ha expresado no sentirse cómodo. A final de cuentas, debemos recordar que ya alguna vez Capriles confesó que su líder político más admirado era Lula Da Silva. Y aún no había sucedido lo de Odebrecht.
Reporteros de la fuente política registran entre marzo y mayo los primeros acercamientos entre él y Nicolás Maduro, y en paralelo y con mayor frecuencia, con Jorge Rodríguez quien, fiel a su estilo, hizo filtrar documentos de inmigración que mostraban a Capriles saliendo y entrando del país. Rodríguez, siempre consecuente con esos gestos perversos disfrazados de conmiseración. Así son ellos.
En el ejercicio de la política se llegó a interpretar como válido el esfuerzo de Capriles, con esa expresión –que se vende como sacrificio–, al decir que, si hay que negociar con el diablo, se hace. Sin embargo, Capriles cometió un error: nunca lo informó al país. Ante rumores de los avances con el régimen respecto a su disposición de participar en las elecciones parlamentarias, él selló su boca. Nada acotó cuando 27 organizaciones partidistas –incluido su partido Primero Justicia– denunciaron el fraude que significa el 6D. La verdad no salió de su boca. Pero cuando fue el canciller de Turquía quien desveló los avanzados acuerdos con él y Stalin González, junto a Josep Borrell, alto representante para asuntos exteriores de la Unión Europea, el asunto nada agradó a muchos, incluidos los militantes de su partido. La lectura fue de gestiones personales, secretas, comprometidas y muy sospechosas.
El petardo que ha colocado Capriles se entiende como parte de una operación política interna y externa, que fuera del país contaría con el apoyo de Borrell, quien se había comprometido con el gobierno interino con no avanzar en ninguna versión que desconociera la Asamblea Nacional. A esta compañía de aliados se suman los regímenes sospechosos habituales –todo un detalle el RT al tuit de Capriles por parte del embajador de Rusia en Venezuela–. Varios encuentros personales entre ellos enlazan su simpatía.
¿Cuál es el plan? En Maduro está muy claro. Quiere empezar a gozar de la legitimidad cuya ausencia ha puesto tantos obstáculos en sus negocios. Con una oposición con la que pueda convivir podría lograr reducir las sanciones –para ello apuesta al triunfo de los demócratas en Estados Unidos–. En todo caso, una oposición dividida, es su mundo de felicidad. Romper el consenso opositor con una parte que estuviese dispuesta a convivir con la dictadura, le da aliento para seguir en el poder indefinidamente, con la cara lavada.
Miembros de ese grupo que insisten en llamarse opositores han admitido que no van a ganar la Asamblea y precisan que su objetivo sería intentarlo a futuro en elecciones regionales, municipales, un posible revocatorio y luego las presidenciales. Nada incómodo para la dictadura. En lo inmediato son probables algunas otras liberaciones de rehenes (siempre los pueden volver a encarcelar o buscar a otros) y quizás ceder a su favor en aspectos que para Primero Justicia se convirtieron en punto de honor, por ejemplo, los bonos 2020. Porque ahí comenzó la crisis interna. La decisión de declarar la nulidad de esos bonos, que tienen como garantía 50.1 por ciento de las acciones de CITGO, hizo estallar la convivencia con el gobierno interino, tanto, que hicieron estallar al procurador José Ignacio Hernández.
En todo caso, tratándose de Primero Justicia, se debe destacar una situación peculiar: el rol del canciller Julio Borges. Su ejercicio es percibido algo ambiguo. Y hay preocupación. Su posición aún hoy es una incertidumbre entre lo que significaría quedarse con Capriles y participar el 6D (y tratar de conservar a su partido Primero Justicia) o mantener la lucha junto al gobierno interino cumpliendo la responsabilidad que aceptó al lado del presidente Juan Guaidó.
Pronto sabremos.