Venezuela no se entrega. A diferencia de los anuncios pesimistas que hablan de resignación, yo me anoto entre quienes valoran la decisión de la mayoría de los ciudadanos de no participar en el proceso fraudulento que la dictadura pretende ejecutar el 6 de diciembre. Mi posición la asumo como la protesta de millones, activa pero difícil de percibir, porque la comunicación en el país es casi imposible. Sin embargo, la indignación, la furia, el dolor se están expresando en cada rincón de Venezuela. La desesperación ante el hambre, el hartazgo ante el maltrato, comienzan de nuevo a vencer el miedo. El ciudadano sabe que su única salvación es poner fin a la dictadura.
La protesta ha sido más contundente en la provincia, en los pueblos castigados sin piedad, privados de agua y electricidad durante más de un mes, cuyos habitantes desde hace semanas se trasladan en burros y caballos por falta de combustible, viendo a los suyos morir afectados de COVID-19 –sin siquiera haber sido examinados– y llorando junto a sus cuerpos mientras se pudren en las casas porque no tienen cómo trasladarlos.
Venezuela entera clama que Maduro salga. “Ya no me interesa la caja CLAP o la gasolina. Lo urgente es que él se vaya”, se escuchó como consigna en El Tocuyo, estado Lara.
Este miércoles, mientras se desarrollaba el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, hubo más de 20 protestas en distintos poblados del país desolados por la crisis. Una de ellas habría podido acumularse en el expediente que dejó atónitos a los gobiernos que valoran la justicia y defienden los DDHH. Los habitantes de Barrancas, municipio Sotillo de Monagas, denunciaron asesinatos y desapariciones forzadas perpetrados por la FAES, CONAS, CICPC y SEBIN contra miembros de la comunidad. Una de esas acciones fue el pasado 7 de septiembre cuando José Enrique González, de 23 años, y Johandris Blanco, de 24, fueron asesinados por efectivos de la FAES que entraron a sus casas y les dispararon en el pecho y estómago luego de colocarlos de rodillas.
En general, el malestar se ha ido incrementando por la ausencia de combustible y el descarado asalto de militares que negocian al distribuirlo. Protestas tibias, inofensivas, han ido ocurriendo y tal vez, una movilización del martes pasado haya sido una campanada que activó a la gente. Ese día, en Urachiche, estado Yaracuy, ni una sola familia se quedó en su casa. Cuentan que la población de casi 25.000 habitantes salió a protestar. ¿Exagerado? Tal vez, pero la gente se impactó y el miércoles la indignación se extendió. Protestaron en Barinas, Chivacoa, Puerto Ayacucho, Cumaná, Río Chico, Altagracia de Orituco, Aroa, Ciudad Guayana, Boca de Uchire, Valle Guanape, Cantaura, Carora, El Tocuyo, Barquisimeto, Tinaquillo, San Cristóbal, diez zonas del estado Zulia y en Caracas, donde una procesión en La Vega, con José Gregorio Hernández de protector, fue impedida de llegar a su destino por gorilas represores.
Quienes vienen saliendo a las calles en distintos sitios del país expresan su malestar, gritan su hastío de carecer de los servicios básicos, de tener que vivir como animales. Parte de la queja selló el día, cuando un apagón dejó sin electricidad a por lo menos 16 estados.
¿Por cuánto tiempo un pueblo furioso puede ser contenido? ¿A quién le va a pedir el voto Nicolás Maduro el 6D? ¿Para qué? ¿Para colocar en el Parlamento a los miembros designados de su banda criminal? ¿Para distraer al país en una campaña electoral y ejercer mayor presión sobre los ciudadanos necesitados de las bolsas CLAP? ¿Para tratar de quitarse las sanciones de encima? ¿Para seguir robando?
Ahora Maduro, además del estruendoso rechazo popular, tiene un problema adicional: él y su equipo de gobierno han sido pillados con las manos manchadas de sangre. Él y su entorno son indiciados en crímenes de lesa humanidad. Se dice fácil para lo mucho que significa porque ahora, además de la Corte Penal Internacional, un juez acreditado en cualquier parte del planeta podría iniciar juicio a él y a decenas de funcionarios que aparecen involucrados.
Y aunque el desaliento hace sentir que Venezuela se hunde en una situación insalvable, eso no es así. La dictadura lo ha hecho todo para aniquilarnos. Se trata del maltrato elaborado, la variación de la tortura, la estrategia de dominación que hunde al ser humano entre el miedo, la indefensión, el agotamiento, la desesperanza, para hacernos sucumbir ante el verdugo.
Pero la protesta surge como un último aliento, asumida sin la pretensión de grandes marchas y con los pequeños apoyos de militancia opositora entre los pobladores. No hay recursos, no hay medios para organizarse. Casi nadie sabe lo que sucede en el pueblo vecino. Pero la gente sale. Y así debe seguir hasta lograr el objetivo.