Lo admito. No entiendo a Henrique Capriles Radonski. Partiendo de su buena fe y espantando sospechas, me cuesta comprender su estrategia, cuyos efectos han hecho un gran daño en el sector opositor.
Capriles tuvo que anunciar que retiraba su aspiración de participar en el proceso fraudulento del 6D. Lo hizo sin admitir el fracaso de su objetivo anunciado: “luchar por lograr las condiciones”. El gesto calculado del régimen de liberar algunos presos políticos fue la carnada que Capriles degustó para terminar como un instrumento para fracturar la unidad. Se asume además como el único líder luchador en una muestra de inmensa mezquindad. Es injusto al no admitir el esfuerzo del gobierno interino, lo que no significa negar sus errores, colocándose por encima del dolor de la gente, minimizando que sigue dando la pelea por salir de Maduro con elecciones libres, exponiendo una vez más su pellejo. Los venezolanos tienen derecho a despreciar a aquel que pretenda legitimar a Maduro. Por eso rechazan que Capriles ignore la decisión de millones de ciudadanos que son víctimas cotidianas de la dictadura.
Pero lo peor de Capriles quedó expuesto con su silencio frente al informe de expertos de la ONU que con un rigor estremecedor sustentó que Maduro es merecedor de ser acusado de crímenes de lesa humanidad. No se trata de negarle a Capriles su derecho de reunirse y negociar con Maduro. El problema es que en ese proceso se comporte como el aliado que cura la herida de un tirano sangriento.
El plan de Capriles de bombardear el gobierno interino va a continuar. Aspira a que Guaidó no siga a cargo. No le importan los apoyos internacionales, o lo conseguido hasta ahora. Se impone su deseo. Su empeño es convertirse en jefe de la oposición mientras Maduro celebra.
Y entretanto, Venezuela libra esta batalla conmovedora.
En Santa María de Ipire, al igual que en decenas de ciudades del país, el pueblo ha salido a protestar. Las razones sobran: el servicio eléctrico falla continuamente, también el agua. El gas doméstico más nunca llegó y la gasolina es un lujo que hay que pagar en dólares. Este pueblo ubicado en el estado Guárico, hacía mucho tiempo que no ocupaba espacio noticioso. Después de tres días en la calle, la noche del martes pasado se ganó ser viral en las redes sociales, después que dos hermanos –William y Hernán Díaz– habían sido detenidos en medio de las jornadas en las que los pobladores expresaron pacíficamente su hastío con sus gargantas, con sus ollas, con el alma. El procedimiento represivo con bombas lacrimógenas cumplió con al saldo ordenado para aleccionar: unidades policiales allanaron ilegalmente varias viviendas buscando a los hermanos que una vez capturados fueron depositados en la comandancia de la Guardia Nacional Bolivariana. En Venezuela es válido el temor de que un preso pierda la vida. Mejor dicho, la tortura es segura y el ser asesinado una posibilidad. Se trata de un país sin justicia. Así que el pueblo tomado por el miedo y la indignación corrió la convocatoria de voz en voz para acudir hasta la sede militar a liberarlos. Niños, ancianos, muchas mujeres, familias completas se fundieron para el solo objetivo de lograr la libertad de sus coterráneos. “El pueblo unido jamás será vencido”, se escuchó en medio de la algarabía. Tuvieron éxito en su epopeya. Es probable que los militares que cuidaban a los presos reconocieron en ese pueblo indignado a sus esposas, madres, hermanos o amigos de la infancia. Lo seguro, es que ellos tampoco tienen agua, sufren los cortes continuos de electricidad en sus casas y les han dejado con poco combustible, al tiempo que son testigos de los lujos y privilegios que gozan sus jefes corruptos.
En Santa María de Ipire no podían saber que mientras ejecutaban su proeza, en San Carlos, Cojedes, quemaban vehículos y sus habitantes recibían perdigones y absorbían gases lacrimógenos, que en Puerto Cabello bloqueaban el acceso porque llevan semanas sin recibir combustible, que en Guaca, Sucre, sonaban cacerolas y ondeaban banderas solicitando mejoras en los servicios públicos, o que en la avenida Circunvalación de Acarigua protestaban fallas en los servicios básicos, que los habitantes de las residencias Monseñor Chacón recibieron bombas lacrimógenas por sonar sus cacerolas, o que en Yaracuy los tentáculos de Miraflores se habían activado para detenciones ilegales.
Dos tercios del país han alojado expresiones masivas de venezolanos. Al estar incomunicados, la mayoría desconoce lo que sucede en pueblos aledaños. Eso es parte de la estrategia para mantener el control. Aislarnos y hacernos sentir primitivos y necesitados, de manera que cuando un gordo y cínico funcionario del PSUV toca tu puerta y te arroja un trozo de mortadela que ha trasladado en una carretilla, tú aplaudas de alegría. Pues no. La lucha continúa.