José Vicente Rangel, hombre con rostro de piedra y alma de fango. El personaje más abyecto de la política contemporánea venezolana falleció a los 91 años. Rumores previos sobre su muerte colaboraron con el escepticismo frente a la noticia hecha oficial por la familia a través de twitter el pasado viernes 18 de diciembre.
Por su desaparición hubo más memes que lamentos. La burla repetida se refería a que después de 38 intentos, había finalmente fallecido. También el país expresó su desprecio. JVR astuto, cínico, maléfico, traidor, frío y calculador, fueron algunos de los calificativos dirigidos a su recuerdo. Sin duda, sí hay muerto malo.
José Vicente Rangel construyó su imagen enfocada en alcanzar dinero y poder. Desde el inicio de su carrera política mintió. Cuando el dictador Marco Pérez Jiménez llegó a Miraflores, Jotavé huyó del país. Muchos líderes habían sido encarcelados, pero él se escapó sin ser siquiera perseguido. Después inventó una versión heroica asegurando que había estado preso. No sería la única información falsa en su larga hoja de vida. También contó que había egresado de la escuela de Derecho y que luego había alcanzado un doctorado. Falso.
Su carrera parlamentaria la modeló entre 1965 y 1968 acusando a militares de excederse en sus acciones contra la guerrilla, hechos registrados en el libro “Expediente negro” en 1972. Lo que denunció se quedó pálido frente a las violaciones a los derechos humanos que cohonestó. Solo tenía que llegar al gobierno para convertirse en cómplice de asesinatos y torturas cometidos por organismos de seguridad.
JVR se arrogaba la cualidad de periodista, apuntándose como un profesional valiente en la defensa de la libertad de expresión. La realidad demostró de qué era capaz. Como ministro y vicepresidente activó juicios -siempre a través de terceros- contra sus colegas. Estimuló agresiones a reporteros y celebró el cierre de RCTV. Rangel hizo periodismo para ejercer el poder y hacer negocios. Utilizó la denuncia anticorrupción como una bandera. A los militares, que teóricamente despreciaba, los utilizó, los extorsionó, o se asoció con ellos para hacer dinero y para conspirar. Después gobernó con ellos, llegando incluso a ser ministro de la Defensa. Para ese momento ya había avanzado en su sociedad con los perros de la guerra. Fueron vendedores a los que había denunciado por irregularidades en su rol de comunicador, para luego dirigir la adjudicación según su interés. El proyecto de una compra militar lo manipulaba en medio de intrigas. También interfería en la lista de ascensos militares de las Fuerzas Armadas al atacar a oficiales que le resultaban inconvenientes.
Ante cualquier resistencia del poder, JVR apelaba a la libertad de expresión. Astuto y conocedor de la sociedad venezolana, constituía grupos privados de debate a quienes exprimía información que cotejaba con posiciones enfrentadas. Nunca dejó de procurar comunicación con sectores opositores. Siempre supo quién estaba conspirando y la información la utilizaba según sus intereses. Era fanático del espionaje. Grababa a su antojo.
Con Carlos Andrés Pérez demostró el ejercicio de su sangre fría. La confianza ganada en 1980 al salvar con su voto a CAP de la sanción administrativa imprescindible para llevarlo a juicio por el caso Sierra Nevada, le permitió colarse en Miraflores, asistiendo a desayunos semanales en donde obtenía información que manejó con traición de filigrana. En cambio, cuando JVR lo necesitó, Pérez respondió. Así fue luego del accidente cerebrovascular por un golpe en la cabeza evento donde casi muere. Después de la intentona del 4 de febrero del 92, Rangel apostó a derrocar a CAP y se comprometió con el alzamiento del 27 de noviembre. Conspiró.
Crímenes oscuros dejaron su actuación bajo sospecha en los casos de los homicidios de su yerno, el abogado José Alberto Totesaut Saliceti (1996) y del fiscal Danilo Anderson (2004). Los investigadores de ambos asesinatos terminaron huyendo del país.
JVR utilizó a la familia: A sus hijos, José Vicente para la política y a Gisela la ubicó en uno de los registros más importantes de Caracas. A su primera nuera, conocida como Lisa Lambert, la incorporó al negocio de las armas. Su esposa Ana Avalos, entretanto, expandió el mercado de venta de sus esculturas. Banqueros, militares, políticos, etc., tuvieron que acceder a la oferta. Con Chávez en la presidencia, planificó incorporar a sus protegidos, los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, pero costó que el militar venciera la desconfianza hacia ellos. Por el contrario, a Nicolás Maduro lo atenazó. Los Rodríguez se imbricaron a la familia presidencial, ganando tanta confianza que hasta con los cubanos han terminado venciendo resistencias. Y como buenos pupilos de Jotavé mantienen penetrada a la oposición. Igual que el fallecido, la Presidencia es obsesión para ambos.
“Fouché soy yo”, comenzó a repetir como un mantra en sus últimos años de vida. El paralelismo no es tan descabellado. Genio tenebroso fue.