09 Dec
El día que la democracia perdió
Visto 513 veces
Valora este artículo
(0 votos)

Las alarmas han sonado dentro del PSUV, aunque de la boca para afuera Nicolás Maduro haya montado un show junto al desabrido Pablo Montero. Ya sus fiestas de bailar sobre los muertos víctimas de la represión son harto conocidas, solo que en esta ocasión el esfuerzo a través de la narrativa del régimen fue para tratar de ocultar que el ejercicio electoral había dejado al descubierto importantes debilidades, la más obvia, que la maquinaria roja con sus amenazas, sus sobornos, su despiadado chantaje hacia los sectores más necesitados, no logró activar el voto como ellos esperaban.

El oficialismo ganó, pero ahora son menos. Tienen más gobernaciones, pero perdieron poder municipal. Han registrado la participación más baja en el histórico del chavismo. Igual, el proceso del 21N ratificó que en Venezuela no hay elecciones libres. El pronunciamiento de la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea no dejó dudas sobre esta conclusión. La respuesta de Maduro, sin sorpresas, fue atacar calificando a sus miembros de espías.

Sin pretender observar el vaso de agua medio lleno, en lugar de medio vacío, pienso que el proceso del pasado 21 de noviembre arrojó elementos claves que bien interpretados y asimilados, deberían abonar para la reorganización del desgastado, desacreditado y agobiado mundo opositor.

Que el ejército del régimen se haya empequeñecido no es ninguna tontería. La militancia amenazante, la popularidad (presunta pero bulliciosa), la inspiración, se han venido abajo. A la dictadura no le funcionaron las presiones harto conocidas. Para comprar votos les ha faltado dinero … y Alex Saab.

El 21N se abstuvo el régimen y se abstuvo la oposición. Y si sobre ellos destaca su reducción, de nuestro lado lo que tristemente resalta es que, sencillamente, somos un desastre. Salvo excepciones.

Los análisis posteriores en lugar de encontrar el espacio para la reflexión han terminado en el callejón de los ataques. Nada muestra el buen camino. Consolarse con que la abstención triunfó nos divide, y señalar con el dedo acusador a quienes no votaron, también. Estamos atrapados en una red y la corriente nos puede llevar al despeñadero.

Hay que reaccionar. Y hacerlo bien.

El proceso del 21N ratificó que el Consejo Nacional Electoral equilibrado es ficción, peor aún, es un mal chiste. El CNE verdadero despacha desde Fuerte Tiuna y su organismo ejecutor es el Plan República, como se acostumbra en una dictadura militar. Las órdenes recibidas por la jerarquía de la FANB no se elaboran en Miraflores sino en Cuba. Allí se decidió la estrategia para evitar que Freddy Superlano fuese aclamado como gobernador del estado Barinas a pesar de que el CNE, de manera conveniente tardíamente, admitió que había ganado.

Sin embargo, algunos hechos positivos resaltan en este proceso, por ejemplo, nuevos liderazgos en diversos municipios del país. También ha sido importante ver caer las caretas de peligrosos alacranes que pretenden llamarse opositores, así como la de otros opositores asomando la idea de integrarse con los corruptos traidores.

Preocupa que, transcurridas casi dos semanas, aún no ha aparecido la intención de reflexión en el liderazgo opositor. Es desalentador para la democracia y para muchos que han dejado el pellejo en mil batallas, detectar la falta de sinceridad. Sufrir la incoherencia, la incapacidad de reconocer los errores. Desde lo que queda del 4G nadie ha hablado con transparencia al país, lo que resulta en una verdadera desgracia porque el venezolano que desprecia a Maduro y enfrenta la dictadura, desconfía, no sabe en quién creer porque ha sufrido demasiadas traiciones en estos 22 años, ha entendido que muchos, muchísimos, tienen un precio y lo están cobrando.

En estos días ha estado más que nunca ausente el respeto que merece, tanto el que votó ejerciendo su derecho a lo que consideraba la mejor alternativa, como el que decidió no hacerlo. Esa pugna, el régimen la celebra con champaña.

El liderazgo opositor está en deuda con los ciudadanos por no haberle hablado con claridad al país, colocando un manto de disimulo hasta el último momento cuando ya era tarde organizarse para dar una buena pelea en un evento de esa dimensión.

Los resultados del 21N han ratificado que la dictadura no está dispuesta a respetar un resultado electoral donde salga derrotada. Se sabe que no existen condiciones para cumplir con unas elecciones. ¿Y qué vamos a hacer? Ese pueblo harto que se abstuvo y ese pueblo también harto que votó, son prueba fehaciente de que el régimen es el nuevo ejército de los disminuidos. El campo de batalla no se puede abandonar. Y si quienes dirigían la lucha no encabezan la iniciativa de convertir esto en una oportunidad, tendrán que hacerlo otros.