Aún estaba tibio el sillón donde Karim Khan, fiscal de la Corte Penal Internacional se había sentado para reunirse con Nicolás Maduro, cuando en Miraflores, bajo el manto de los honores, fue recibido el sanguinario presidente de Irán, Seyyed Ebrahim Raisi. Otra insolencia más de Maduro repitiendo movimientos en favor de sus aliados sin temor a castigo.
El descaro ha sido tal, que Maduro, después de haber hecho público el supuesto gesto de buena voluntad de la entrega de una oficina en Caracas para facilitar la investigación a la alta jerarquía del régimen (encabezada por él mismo), por crímenes de lesa humanidad, y luego de que el fiscal Khan celebrara con prudente cortesía política el anuncio, apareció el jefe iraní con indecorosa complacencia, anunciando que pronto se instalará en la capital venezolana una oficina de tecnología para materializar aún más la cooperación en esa materia, de Irán con Venezuela.
Importante recordar, que Irán ha ido avanzado tenazmente -con la molestia de los chinos con quienes compiten- en el control de áreas importantes en la comunicación dentro de nuestro país. Para dos fuentes de inteligencia, Maduro ha comenzado a escuchar cada vez más y con mayor interés a los iraníes. Su atención iría más allá del agradecimiento a quien ha sido un aliado fundamental para burlar las sanciones de Estados Unidos. Maduro necesita en quien creer y cada vez confía menos en su entorno. Los iraníes le gustan, se ha sentido identificado. Lamenta no poder mandar de la misma manera.
La visita del sanguinario jefe iraní que anda de gira política por la región le dio aliento a Maduro y aceleró decisiones para trabajar en planes que impidan una derrota en las elecciones presidenciales que inevitablemente se realizarán. El plan es hacer todo lo que sea necesario desde ahora. Sabemos que a Maduro no le tiembla la mano para bajar el pulgar.
El plan es ambicioso y está en marcha, ahora con mayor celeridad. Lo presente avanza para reforzar el desaliento en un pueblo sufrido que podría terminar votando por las migajas. Maduro lo cree posible, otros no. En todo caso, el objetivo del oficialismo para el proceso electoral es evitar que el ciudadano vote, así que lo complica todo, construye historias que siembren dudas entre el votante y sus líderes, y azuza peleas internas entre opositores con miembros cooptados.
El relato oficialista también hace esfuerzos en tratar de revertir el efecto de los más de 20 mil millones de dólares que fueron tomados por asalto del erario. Para eso inflaman casos, financian libros, fabrican historias, en un nuevo intento de revivir el circo del efímero “Venezuela se arregló”.
La verdad es que el control de daños del caso Tareck El Aissami, en lo interno y en lo externo, ha resultado en un fuerte golpe para Maduro.
Es una lástima la fragilidad presente de la unidad opositora. Aunque hay empeño por parte de algunos.
En ningún escenario Maduro está dispuesto a perder, incluso antes de cumplirse el proceso. Las elecciones primarias están intervenidas por el oficialismo y, aun así, puede haber sorpresas. Podría ser que la gente saliera a votar masivamente, por ejemplo, y que
quien gane no sea conveniente para el régimen. Eso puede ocurrir. ¿Se arriesgaría Maduro a medirse con alguien que no esté bajo su “amistoso” trato?
¿Qué vías activaría Maduro para que el tema electoral no salga de su control? Con los poderes a su servicio no le sería difícil. Sin embargo, sabemos que un pueblo decidido puede cambiar el rumbo. Para ello sería necesario que el liderazgo opositor asumiera un rol decisivo en unidad, muy distinto a lo que hoy está ocurriendo. Es lamentable que hechos pequeños, mezquinos con la lucha, torpes y sospechosos en lo político, terminen recargando la desesperanza y alimentando la abstención.
Y entretanto, las larguísimas colas para abastecerse de combustible se extienden por el país y volvieron a alcanzar a la capital sin que Miraflores pueda evitarlo. Nadie parece escuchar el grito de auxilio de los trabajadores del campo ante el inminente peligro de perder las cosechas. También han vuelto los apagones. “Tengo tres años que no como carne” increpó una abuela a Maduro exigiéndole piedad con los ancianos. Las protestas consistentes por servicios, comida, mejoras laborables, no cesan, aun cuando la represión, persecución y extorsión son pan de cada día, en especial entre los trabajadores que se atreven a alzar su voz.
A veces me asusta que la oposición no se esté preparando para ganar. Aún a sabiendas de que somos una inmensa mayoría.