Atacantes desconocidos –y ni tanto- intentaron incendiar la camioneta donde viajaba Henrique Capriles, camino a Maracay. El gobernador de Miranda a través de un tuit informó el hecho acompañado de este mensaje: “les pido más que nunca votar #8D”.
El gobierno, en un descaro sin precedentes –y ya existían bastante graves- ha ejercido la violencia directa o indirecta contra Henrique Capriles. Le ha bloqueado vías de acceso cuando se dirige hacia el interior, ha detenido vuelos, ha apresado a su asistente y perseguido penalmente a otros dos, pero Henrique sigue ahí.
El flaco nuevamente se ha fajado en una campaña electoral. En justicia esto debe ser registrado en la historia.
Henrique enfrenta en este momento no sólo al monstruo cobarde del poder, sino al fantasma de la abstención entre los opositores.
Hace días una amiga -desalentada ante las imágenes de las colas en locales comerciales que nos dejan como golilleros masoquistas- se preguntaba por qué a estas alturas todavía a la gente había que convencerla de la importancia de ir a votar. Con su carga de desesperanza agregó más elementos a su tristeza: ¿Será que somos nosotros los equivocados? ¿Que a la gente le gusta el Estado delincuencial, la anarquía, la violencia? ¿Que el odio estaba allí, reprimido? ¿Que la mediocridad es el sueño? ¿Que somos flojos y el dinero fácil es la felicidad? ¿Que no creemos ni en nosotros mismos y somos incapaces de reconocer el esfuerzo, el talento, la honestidad? ¿Que colocarle zancadillas al compañero es una distracción y decir mentiras una rutina?
Enfática rechacé sin siquiera argumentar, todas sus interrogantes. Recordé otros momentos que cada vez se me hacen más distantes, de otra Venezuela.
Ella no se arredró. La democracia se ha venido convirtiendo en nostalgia. Y en la medida de que se va haciendo lejana, pierde fuerza.
Mi amiga registró implacable el blackout de los medios de comunicación. Los arreglos “civilizados” del gobierno con propietarios de medios al comprarles el negocio. La autocensura que le ahorra la incomodidad de censurar al oficialismo. También me mencionó la genuflexión de algunos comerciantes.
Al gobierno le complace golpear donde más duele. Y en estos años ha aprendido a conocer los puntos débiles de sus adversarios.
Todo eso dijo mi amiga. Desistí en mi intento por debatir. Sólo en un punto encontramos aliento y esperanza: en que sin dudarlo íbamos a votar el 8D. No hay más. O sí: hay que fajarse para convencer a quienes se resisten a ir a votar.
Aspiro que al menos diez de mis queridos lectores que lo dudaban, al final de estas líneas se hayan sentido convencidos de votar el 8D. Para ellos mi agradecimiento.