“Si la patria no es nuestra, no será de nadie”, dijo Diosdado Cabello en un acto oficialista en desagravio a Nicolás Maduro luego del atentado del 4 de agosto. Esa frase –expresada antes por otros rostros del régimen– no es cualquier cosa. Es el gobierno sin piel. Diosdado la lanzó en un evento de calle, encarnando una especie de versión criolla de Nerón.
Diosdado está hablando como militar que ha logrado el control de la fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente y como parte del PSUV. Sin embargo, lejos de apoyar a Maduro, está sacando provecho de su debilidad. Trata de demostrar que es él quien podría retener el poder con mano fuerte. Lo hace para capitalizar a los seguidores de Chávez, los que han alojado odio hacia sus compatriotas. También es posible que su discurso sea una actuación que procura espantar las dudas sobre su lealtad que albergan sus compañeros de partido.
A Maduro se le ha movido el piso. Tratando de recuperar apoyos, en especial el militar, ha apelado a lo inmoral y a lo ilegal. Ha otorgado dinero y al mismo tiempo ha perseguido, apresado y torturado a más de 200 oficiales de diferentes rangos. Las acciones de Maduro expresan inseguridad y miedo. Por eso, en una reunión con generales y almirantes, llegó al desafuero de exigirles que cortaran comunicación con sus familiares opositores, si querían preservar sus cargos. Él siente que perdió el control, aunque se niega a aceptar que los militares forman parte del casi 90 por ciento de los venezolanos que lo quieren fuera del poder, de inmediato.
Ante la pregunta frecuente sobre quiénes están con Maduro, la respuesta ha pasado a ser sencilla: los que estaban en la tarima ese sábado del atentado. Quien no se encontraba allí, está bajo sospecha.
Uno de ellos es Diosdado, a quien no es la primera vez que lo mencionan como posible traidor. Es su culpa, porque se trata de esos personajes en los que no confía ni su mejor amigo. Eso cuentan sus compañeros de la Academia Militar que le decían “la boa”, por su ausencia de cuello y la manera de acabar con sus víctimas. En tiempos más actuales lo comparan con un toro que embiste sin pensar. Es un personaje opaco y básico que llegó a ser amigable en los primeros años del mandato de Chávez, al único que ha sido fiel. Acusado por los suyos de encarnar la derecha endógena, descubrió que radicalizándose alcanzaba el nicho para mantenerse protegido de las acusaciones de no ser socialista y del rechazo de Fidel Castro. Ha logrado ser catapultado como el más corrupto, cosa difícil de encarnar entre centenares de funcionarios que han asaltado enormes montos de los ingresos de Venezuela.
Tampoco Diosdado tiene control sobre los militares. Básicamente porque en la Fuerza Armada hay tantos grupos como en la oposición. No obstante –buena noticia– los hechos presionan para ponerlos de acuerdo. Y la manera como el régimen ha manejado lo ocurrido el 4 de agosto, puede terminar siendo un disparador que se fusione con la tragedia de un país a punto de implosión.
Para tensar más la cuerda en tormentas actuales, ocurre que se equivocaron con la detención de algunos oficiales con liderazgo en la tropa. Es el caso del general de brigada Armando Hernández Da Costa, jefe de estado Mayor de la Redi Capital. La noche del lunes, los venezolanos y en especial jóvenes en los cuarteles, tuvieron la oportunidad de observar cómo, sin respetar la jerarquía del oficial ni las normas del derecho, unos subalternos lo amenazaron y luego lo privaron de su libertad. Así, en menos de una semana, hemos constatado que los del régimen son cada vez más canallas. Corroboran con sus actos por qué son procesados como violadores a los Derechos Humanos. Se comportan como lo que son: miembros de bandas delictivas que han desangrado a Venezuela, al tiempo que han destruido el aparato productivo. Con saña, hacen públicas barbaridades, como la cometida contra el diputado Juan Requesens. Al menos el general de brigada Hernández Da Costa pudo mostrar su realidad al dejar constancia grabada de cómo fue víctima del atropello, ejecutado siempre bajo las órdenes de Nicolás Maduro.
Todo se trata de lo que Diosdado llamó el “endurecimiento de la justicia”, al prometer que “no habrá más perdones para que no haya más conspiraciones”. Corrobora con esto, que ellos manipulan la justicia como si fuera una plastilina. Esa amenaza significa persecución y juicios sumarios, torturas y secuestros, que apretarán la censura y lanzarán en las mazmorras a políticos, estudiantes y militares. Tal vez faltará espacio en las cárceles y habrá mucho dolor. Pero eso no logrará detener la rodada cuesta abajo de Nicolás Maduro.