25 Jan
Una nueva oportunidad
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 Por un segundo -y para constatar que aprendemos de los errores- deberíamos revivir la imagen de Pedro Carmona Estanga, en ese aciago 12 de abril de 2002, derogando la Constitución de 1999, disolviendo los poderes públicos y juramentándose como Presidente, a espaldas de los acuerdos. Hizo todo lo que no debía.

El día anterior, el doloroso 11 de abril, me había tocado entrevistar para mi programa que se transmitía los jueves en la noche en Venevision, a la mayoría de los militares involucrados en la decisión de solicitar a Hugo Chávez su renuncia luego de la emboscada ordenada por él, contra la masiva y pacífica protesta de venezolanos. He de confesar que de la entrevista salí con la desagradable convicción de que esos militares durarían pocas horas en el poder, tal como sucedió. Pero esa es otra historia.

Al día siguiente no fui a Miraflores. Ya tenía información de lo que sería el demencial decreto y de los conflictos internos dentro de la Fuerza Armada. Se anunciaba además que la comunidad internacional no apoyaría la juramentación de Carmona. Los desafueros acababan con la posibilidad concreta, en la mesa y en la ley, de que asumiera temporalmente el presidente de la Asamblea Nacional ante el vacío de poder, tal como lo establece la Constitución.

Carmona, su entorno, las malas compañías y la masa enardecida, se sentían dueños de Venezuela. En tiempo récord la Constitución fue violada, el nombre del país cambiado y quienes creían que habían ascendido se sentían tan sobrados, que debatían qué hacer con Hugo Chávez: “Cara, se va a Cuba; sello, se queda preso aquí”. Los que salivaban con sed de venganza, repetían, “no habrá perdón”. Significaba que los diputados de la AN que militaban en filas del gobierno, también pagarían. Nada de arreglos políticos, aun cuando la gran mayoría había saltado la talanquera. Incluso en nuestras casas se habían alojado algunos temblando de miedo, dispuestos a levantar las dos manos votando con la oposición, con tal de mantenerse con vida. Mientras eso ocurría, el chavismo militar y civil, se recomponía.

Lamentablemente, la soberbia y la ausencia de estrategia política se impusieron. El resto de la historia es harto conocida. El desastre del 11 de abril de 2002 lo hemos pagado con vidas, con presos, con exilio, con destrucción.

Ahora en Miraflores hay un usurpador llamado Nicolás Maduro que acaba de juramentarse en un proceso ilegal, no reconocido por la mayoría de los partidos políticos, de los países democráticos, los organismos internacionales y el pueblo venezolano.

Antes, con cinco días de diferencia, correspondió a Juan Guaidó, joven diputado representante de Voluntad Popular, presidir la Asamblea Nacional. Su discurso de juramentación fue impecable. Respetuoso, institucional, sin ofertas mesiánicas y con la propuesta de unidad, le habló al país respecto a asumir responsabilidades como ciudadanos. Todos sabíamos lo que iba a venir. Estábamos seguros de que el dictador mantendría su posición sin importarle la ley y retando al mundo democrático.

Cuando se hizo efectiva la violación a la Constitución, vi al joven Guaidó reaccionar bajo presión, con una cierta candidez que me preocupó. Sin embargo, he de admitir que con el paso de las horas, su temple, su coraje, su transparencia, me han dado una lección. En paralelo, el régimen solo ha cometido errores. La perplejidad saltó para su lado. A Guaidó lo secuestraron y después tuvieron que devolverle su libertad. Funcionarios policiales cuentan que lo más urgente era clonar su teléfono. Al régimen le desespera desconocer cuál es la estrategia opositora. Eso es muy raro que suceda. Además, la movilización de calle con cabildos abiertos, angustia al chavismo, de ahí su urgencia en sembrar terror.

“El juego cambió”, fue una de las mejores frases de Juan Guaidó al regresar del secuestro. Y en efecto al régimen se le cierra el panorama.

La Ley de Amnistía es una propuesta pertinente para las FAN. La Asamblea Nacional también aprobó la protección de activos en el exterior y la activación del canal humanitario.

Es momento de evitar las banalidades que el régimen disfruta en inflar para debilitar tan relevante circunstancia. La Fuerza Armada no se le va a parar firme a Guaidó porque se juramente y no va a dejar de hacerlo porque no se haya juramentado. Lo hará si somos fuertes. La comunidad internacional va reaccionando con firmes apoyos. Que Guaidó pueda agarrar al toro por los cachos, en buena parte depende de nosotros.

Tenemos una nueva oportunidad. Hacía mucho que no topábamos con ella. Puede ser el camino menos traumático para expulsar al tirano. Convirtamos el 23E en el gran día.