Parecen estar de fiesta. La destrucción activa las endorfinas al comunismo. Hemos visto las penosas imágenes de acciones violentas en Ecuador, siendo sustituidas por otras en Chile y replicando por otras razones y circunstancias en Bolivia ante el intento de fraude de Evo Morales.
Manifestaciones que podrían haber sido legítimas se confunden con vandalismo en Chile y Ecuador, mientras Maduro y los cubanos, salivando, se apropian sin pudor de lo que llaman derecho a manifestar. Y aquí llegamos a un escenario muy elaborado y peligroso que se teje en torno al dictador para intentar convertir su imagen en una figura invencible. Maduro ha llegado a autodenominarse el súper bigote, por lo que ha ordenado multiplicar su rostro caricaturizado como una figura animada a través de redes sociales.
Se trata de un plan que no se debe subestimar. El primer aspecto a analizar es que cada día somos más débiles comunicacionalmente. La censura nos aplasta y las redes sociales que habían sido nuestra fortaleza, se han convertido en un campo de batalla de una guerra interna azuzada por el régimen que se alimenta del odio, la ira y la desesperación.
En esas condiciones, convocar a una protesta en la calle es una labor titánica. ¡Y vaya que sobran razones! Pero la matriz del desaliento, unida al terror aplicado ferozmente en los barrios, apaga las buenas intenciones, si es que acaso la invitación a manifestar logra llegar a sectores claves de la población, porque lo cierto es que muy pocas veces se extiende más allá de los círculos de la alicaída clase media.
En Venezuela las calles deberían estar desbordadas porque no hay un espacio en el país donde Maduro y su régimen no sean objeto de maldiciones. Él lo sabe y no le importa. Su misión, en representación de los cubanos, es mantenerse en el poder, aunque más de la mitad de la población tenga que huir despavorida para sobrevivir. Total, él y sus herederos –igual que sus cómplices criminales– han asegurado fortunas que les garantizan vivir como reyes por varias generaciones. Entonces, ¿qué sucede? ¿Por qué a pesar del desprecio casi unánime, ni las hojas se mueven? Sencillo. En estos 20 años nos han pegado muy duro. Esta dictadura ha sido implacable. A pesar de los errores o desaciertos, el pueblo venezolano junto a su liderazgo, han resistido y luchado. Decir lo contrario sería una injusticia.
Pero a este régimen salvaje y genocida que encabeza Maduro le resbala la opinión de la comunidad internacional, pisotea la ley y se ríe de que el pueblo corra o muera. Los usurpadores son el atraso, la inmoralidad, la maldad. Se burlan de la democracia. He ahí la diferencia con los gobiernos de Chile y Ecuador.
Como decía antes, nada de esto es casual. Es un plan del comunismo del que quisiera destacar una parte: la psicopolítica, es decir, la técnica masiva de lavado de cerebros. Así ha sido difundida por psiquiatras y sociólogos que desde hace décadas vienen advirtiendo el interés del comunismo en atacar la mente humana, en cuyo escenario las personas van perdiendo el control, la serenidad, la lucidez. Y no se dan cuenta de que están cambiando sus convicciones. En esa confusión pueden ver enemigos en quienes están luchando por ellos, incluso sus seres queridos.
En la psicopolítica el castigo es fundamental para apoderarse de la voluntad del individuo y lograr obediencia. Así ha sido siempre y el comunismo lo ha perfeccionado. Y por supuesto, les es clave alimentar el odio. Para ello manejan con eficiencia la propaganda, construyen y repiten mentiras, manipulan y ocultan la verdad. Dejo en recomendación sobre este tema, la lectura del Manual de Psicopolítica de Kenneth Goff.
No se trata de sobreestimar a Maduro, cuyas limitaciones salpican cada vez que respira. Lo relevante es colocar en la dimensión debida al plan de Cuba y el comunismo, para controlar a Venezuela, la región y el mundo.
Me inclino por prestar atención a voces respetables que alertan sobre el peligro de tsunami que amenaza seriamente a la democracia. Realidad que es consecuencia sin duda, de haberlo dejado pasar. Como por ejemplo, haber permitido que un personaje violente la Constitución, asesine a venezolanos, encarcele e inhabilite a políticos y usurpe el poder, asociado con las mafias criminales más poderosas del planeta. Eso ha debido ser inadmisible e innegociable. Pero lo permitieron. Ahora, el escenario se muestra muy complicado, aunque claro, al diablo lo pueden quemar las llamas. Y el infierno en que ha convertido a Venezuela, lo puede volver cenizas.