El expresidente de España, Felipe González, fue enfático y coincidió con muchos: Juan Guaidó no debe convocar elecciones, ni participar en un proceso electoral, mientras Nicolás Maduro esté en el poder. Su intervención formó parte de la cuarta convocatoria del Diálogo Presidencial organizado por IDEA en Miami.
El planteamiento se produce justo cuando la Asamblea Nacional anuncia el inicio del proceso para nombrar una nueva directiva del Consejo Nacional Electoral –que significa una compleja reestructuración-, asunto con el que el parlamento estaba en deuda desde 2016.
¿Por qué ahora? ¿Significa esto una señal de rendición que admite la posibilidad de ir a elecciones presidenciales y/o parlamentarias estando Maduro aún en el poder? ¿Dónde quedó nuestro mantra que rezaba como primer paso, el cese de la usurpación?
Estas preguntas exigen explicaciones a los venezolanos y a la comunidad internacional. El debate debe ser a todo nivel, con la premisa de decir la verdad. Para ello también han de propiciarse reflexiones entre gremios, sindicatos, académicos, estudiantes, en fin toda comunidad organizada que tendrá que ser escuchada con la posterior responsabilidad de activar las protestas según los acuerdos de la mayoría.
La lucha en la calle no se decreta. Tampoco el voto. Eso deberíamos haberlo entendido desde hace bastante. A la comunidad no se le convence haciendo circular los análisis de Luis Vicente León que proponen acudir a elecciones presidenciales. No es una manera respetuosa de plantear un cambio en la estrategia que por demás es un escenario plausible en un país donde hacer política se ha convertido en un asunto casi imposible.
El problema está en que el cambio de seña sin explicación, genera una razonable sensación de engaño. Y la decepción, responsabilizará al presidente encargado. Porque en estos meses, los venezolanos depositaron su ilusión en Juan Guaidó y activaron la esperanza porque estaban siendo convocados para expulsar al usurpador. ¿Se cometieron errores? ¿No se pudo? ¿Unos planes sustituirán a otros? Pues eso hay que explicarlo con claridad, así duela. Hay que decirlo y hay que saberlo decir.
Una de las mejores circunstancias que tuvimos como oposición en enero de 2019, fue la unidad. Y sobre ello destacó el rol integrador de Guaidó. Ya antes, los que conspiraron contra la unidad habían quedado retratados como parte del equipo oficialista contratado para intentar darle validez al fraude del 20M. Así que, con esa fuerza, la calle se pronunció. Pero los desacuerdos, y feroces campañas de sectores alimentados por egos y ansias de protagonismo llevaron a mermar voluntades. A eso se sumaron errores no confesados. Esta suma de eventos infelices fueron aprovechados por el peor enemigo: la dictadura sanguinaria que persigue y aplasta a líderes populares, a diputados, a cuanto cuerpo protesta. FAES, SEBIN, DGCIM, colectivos, pranes, guerrilla, tribunales, fiscales, en fin, grupos delictivos dirigidos por los cubanos, se han encargado de ejecutar el plan de fracturar la psiquis y doblegar voluntades de venezolanos que luchan por la libertad.
En esas condiciones, ¿podemos participar en un proceso electoral? En lo personal no quisiera dar credibilidad a las palabras de Diosdado Cabello, pero a veces los criminales gustan de anunciar sus planes: “Nosotros no les vamos a regalar la Presidencia. Por las malas no nos vamos… por las buenas tampoco”.
La reestructuración planteada del sistema electoral ocurre en un momento preocupante en la región, con dos referencias puntuales que deben mantenernos en guardia. La voluntad de Evo Morales de perpetuarse en el poder alterando los resultados de las elecciones en Bolivia y negándose a ir a una segunda vuelta, y las acciones vandálicas en Chile que contaminan las protestas por causas sociales.
Los usurpadores venezolanos -¿porque les seguimos diciendo así, cierto?-, pretenden arrogarse la fuerza de cambiar el mapa político del mundo, amenazando incluso a países que en este momento viven en democracia y paz.
Son unos fanfarrones, es verdad, porque su pugna interna se ha ido profundizando y Maduro tiene la punta de una espada sobre su grasiento cuello. Pero también, ellos son los títeres de mafias poderosas que se la están jugando sin pudor para mantener a Venezuela como territorio estratégico para obtener riqueza y como despacho de sus delitos.
Son asuntos que al cierre de este año, obligan a una estrategia discutida que muestre una ruta que logre activar la esperanza para el 2020 con Juan Guaidó a la cabeza. Si no se logra, Venezuela pierde y el tirano gana.