06 Mar
De malandros a policías
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A Celso Pacheco, in memoriam

 

Mis profesores de Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela insistían en que todo buen reportero debía procurar alguna vez en su vida la experiencia de cubrir la fuente de sucesos. La alternativa generaba un rechazo general entre los estudiantes cuyas aspiraciones los trasladaban a salones en Miraflores o al Palacio Legislativo –a quienes les gustaba la política–, a oficinas de banqueros, de corredores de bolsa, de PDVSA o despachos de cualquier ministerio de la economía, a quienes manifestaban interés en esa área, y así… No parecía un escenario aleccionador –ni de poder– tener como informantes a policías y delincuentes y a registrar asaltos y homicidios de manera cotidiana.

No era yo del grupo que despreciaba esa fuente. Amante de las novelas de misterio había deglutido a Agatha Christie desde niña. Aún así confieso que, si me hubiesen permitido escoger, habría optado por la fuente política. Pero el destino quiso que en mi primer trabajo –con la tinta fresca del diploma de comunicadora– fuese designada para la cobertura policial. Sufrí y aprendí entre reporteros de raza que mostraban sin tapujos los colmillos procurando una primicia. Las reglas estaban claras. El que tuviese las mejores fuentes de información iba a obtener el tubazo –definido así el privilegio de publicar de primero la noticia–. Entre ellos estaba mi primo Celso Pacheco, quien falleció recientemente. Aprendí mucho de él. Destaco una gran enseñanza: los muertos sí hablan. Cuando lo estudié, el tema forense me apasionó. Me tranquilizó constatar que una víctima de asesinato puede aportar pruebas, con su cuerpo y entorno, que sirvan para condenar al autor del crimen. El periodismo de sucesos me permitió investigar. Por esa vía me terminé tropezando con los colegas que habían seguido por la fuente política o la económica. Eran los casos de corrupción o cualquier otro delito que llevaba a personajes públicos a verse con la justicia en una investigación policial.

Eran años en los que vivíamos en democracia y nadie dudaba dónde estaba el bien y dónde el mal. Sabíamos que los policías debían ser los buenos, así como los asesinos y ladrones, los malos. Y si un policía se colocaba fuera de la ley, el Estado lo castigaría.

Contrasta este recuerdo con la aterradora actualidad venezolana, evidenciada en el descalabro moral de los organismos de seguridad –civiles y militares– que operan supeditados a la FAES, un grupo de exterminio que ha convertido las principales calles de Caracas en escenario de guerra, en disputa de malandros que extienden el pánico.

Hay que escuchar los audios de reportes de miembros de la FAES después de sus operativos para entender su textura. “Los paltimos… los liquidamos y vamos po´l más”. De sus acciones no quedan informes. Son la génesis del chavismo, el mejor símbolo de quien usurpa el poder.

Nadie pone límites a la FAES. La semana pasada uno de sus miembros que estaba siendo investigado por el CICPC, llevó a una disputa que se procuró resolver entre funcionarios de los dos organismos que, en poco, apelaron a golpes y tiros en la autopista Prados del Este. Y como no hay ley, ni autoridad, el conflicto ha continuado. Un asesinato proporciona nuevas señales. La detective del CICPC Ayendri Moreno, de 29 años, falleció luego de recibir un disparo en el cuello. Dos efectivos de la Policía Militar dispararon contra el vehículo que ella manejaba cuando traspasó una alcabala en Fuerte Tiuna. Lo que trasciende apunta a la FAES e indica que ella era una de las que investigaba el caso que había llevado al enfrentamiento anterior entre el CICPC y el ente de exterminio. No existe una sola razón para que efectivos militares accionaran sus armas y asesinaran a la conductora de un vehículo que iba saliendo –no entrando– de las instalaciones. Nadie corría peligro. Los informantes adelantan que fue una especie de ley de fuga donde le dijeron que siguiera su curso para dispararle después. Será difícil saber la verdad porque la FAES tomó el control del área en una evidente acción de destruir evidencias.

Apenas habían pasado unas horas cuando la FAES protagonizó una persecución contra varios presuntos antisociales. Los alrededores de Chuao y la autopista Francisco Fajardo fueron escenario de un tiroteo que dejó sin vida a cuatro sujetos. Resultó un milagro que ningún transeúnte saliera herido. Testigos de los hechos aseguran que era imposible diferenciar quiénes eran los policías y quiénes los malandros. En efecto, es imposible hacerlo.