Las primeras informaciones de coronavirus en Venezuela fueron censuradas. Quienes han alertado sobre el silencio oficialista están amenazados. Aquellos que exigen medidas concretas para la protección de la población han sido descalificados. La mayor muestra de la ligereza con la que la dictadura ha abordado la pandemia es haber encargado del coronavirus a Delcy Rodríguez, una abogada cuyos conocimientos de asistencia médica llegan hasta sus cirugías estéticas.
A la epidemia de Maduro se le ha sumado el coronavirus. Será un tema del que se hablará por mucho tiempo. No hay manera de evadirlo. Los expertos han expuesto proyecciones y análisis y en ellos el escenario para nuestro país es muy malo. Antes de haberse oficializado el primer caso, el rostro del régimen se ha mostrado como es su costumbre, de la peor manera. Primero, Nicolás Maduro banalizó el tema al afirmar que se trataba de un virus programado contra China por el imperio para después anunciar que Venezuela tenía el antídoto, propiciando, de esta manera tan irresponsable, que los ciudadanos bajen la guardia, relajando las medidas preventivas y desactivando los operativos para detectar el mal. Es imperdonable.
La alarma ante tanta ligereza ha estado acompañada con la certeza de que la dictadura siempre miente. Al régimen no se le puede creer nada. Sabemos que se sostiene sobre hechos falseados con una narrativa a la que la dictadura procura sacarle provecho político, manipulando los hechos y censurando la verdad. Lo hace desacreditando a los voceros expertos de manera de controlar las declaraciones de los especialistas colocando el mensaje en boca de personajes cuyo interés está orientado por la corporación criminal.
Es despreciable que Maduro se aproveche de una circunstancia tan peligrosa para la población. Queda ratificado que no le importa la vida de los venezolanos. Ante el inminente riesgo de contaminación la dictadura trata de sacar provecho político a esta circunstancia. A Maduro lo que le importa es recuperar sus negocios. Por eso se apresura a solicitar la suspensión de las sanciones, como si el país no tuviese años en emergencia sanitaria, como si Maduro y la banda de delincuentes que lo acompañan, no fuesen los responsables del cierre técnico de decenas de hospitales, de la ausencia de insumos, del deterioro de los equipos, de la falta de reactivos y medicamentos y de los pésimos salarios de los profesionales de la Salud que la historia deberá registrar como héroes cuando recuperemos las libertad.
Es muy desalentador el panorama. Apenas se conoció la proyección que asomaba la pandemia han debido extremarse las medidas de salud pública. Pero un plan anticipado era demasiado pedir para un régimen que ha desahuciado a los venezolanos. Queda como único sistema de prevención ante lo que viene, exagerar el aislamiento, evitar el contacto, extremar la higiene y estar muy atento a los primeros síntomas. Venezuela ya está tarde para las medidas que procuren controlar la propagación, por lo que hay que ser reiterativo en el instructivo básico: lavarse las manos con mucha frecuencia, cuando pueda, como pueda y evitar contacto táctil con los demás y con su propia cara.
Se ha perdido un tiempo precioso. La situación preocupa cuando una parte importante del país ni siquiera conoce del coronavirus, mucho menos sus síntomas, lo que multiplica el riesgo de contagio y aumenta la letalidad del mal.
Con hospitales en ruinas, sin servicio de agua y electricidad es inevitable el pesimismo. El futuro se asoma aterrador.
Esta situación crítica se debe comenzar a manejar con responsabilidad y con la preocupación del caso. Se debe solicitar el ingreso de ayuda humanitaria que permita asistir a los afectados. Deben activarse equipos de profesionales, es urgente acondicionar centros asistenciales destinados exclusivamente para atacar el coronavirus. ¿Y a qué equipo designó Maduro para luchar contra la pandemia? A los consejos comunales. Peor no lo puede hacer. Tiene que existir la manera de que los gremios de la Salud encabecen la vocería y tomen el control, que dirijan los pasos de una población que en su indefensión siente que lo único que le queda es rezar.
En estas condiciones es casi imposible pelear. ¿Cuánto más va a sufrir el pueblo venezolano?