La fragilidad de la unidad, la necesidad de retomar el asiento de la política, la urgencia de recuperar fuerzas y evitar la sensación de derrota que dejaría el 6D, quedaron expuestas como secuela del comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana. Pero muchos han manipulado su contenido. Un texto que a nadie debería haber sorprendido y que procura no comulgar con alguna tendencia política. También evita traslucir su propia realidad. La que la Iglesia padece en sus contradicciones internas entre las que se va imponiendo la posición del papa Francisco –que ha relevado a 60 por ciento del episcopado– y de la que han destacado algunas pasiones como la del sacerdote jesuita Numa Molina. Les recuerdo que Molina aseveró que “un trochero infectado es un bioterrorista que te puede quitar la vida a ti y a tus seres queridos”. Iris Varela no habría sido tan precisa con un veneno concentrado. Ante la indignación, un regaño de la Compañía de Jesús procuró apagar el fuego.
Incidente aparte, la Iglesia venezolana ha venido expresando su preocupación por la inamovilidad de la dirigencia opositora en un marco de maltrato e indefensión de los ciudadanos ante el régimen y con el horizonte de la desesperanza. De allí su exigencia de “buscar salidas y generar propuestas… pues la sola abstención hará crecer la fractura político-social en el país…”. Advertencia más que razonable.
Que la CEV manifieste esto no la convierte en alacrán, traidora o chavista. Tampoco se trata de que los curas son unos ignorantes de la realidad o inconsistentes en sus criterios. Esas apreciaciones son como mínimo, injustas e irrespetuosas. Pero andamos en la temporada de descalificar con extrema ligereza. Y también en la que abundan los expertos en torcer la verdad.
La publicación agitó miradas peculiares, reacciones hasta infantiles que explican por qué Maduro y los cubanos adelantan, sin ceder, sus planes para el 6D. Fue una especie de Deja Vu de la obra cinematográfica Rashomon dirigida por Akira Kurosawa, la cual expone de modo magistral la naturaleza humana a partir del asesinato de un Samurai narrado bajo distintos testimonios, incluidos la víctima y el victimario.
Mientras el régimen salivaba en la lectura pública del comunicado, los que visten disfraz de opositores y trabajan para legitimar el proceso, salieron a atribuirse como punto a su favor que la Iglesia advirtiera sobre “el peligro de abandonar la acción política y renunciar a mostrar las propias fuerzas”. A ellos se les sumaron los que han ido a Miraflores y/o se reúnen con sus emisarios a escondidas y cuya prioridad es tumbar al gobierno interino en lugar de derrocar a Maduro. Con estos dos sectores se mezclan los que revolotean buscando negocio o cobrando salario, los traficantes de la moral, los extorsionadores –aún no están claras las presiones para la renuncia de Rafael Simón Jiménez al CNE, acaso ¿fue extorsionado?, por ejemplo– y los oportunistas. Los grupos mencionados trabajan para el fraude del 6D.
Entre la dirigencia política pocos se pronunciaron con ecuanimidad sobre la compleja situación expresada con planteamientos irrefutables por la Iglesia como lo son las dificultades para hacer elecciones libres, incluidas las irregularidades cometidas desde el CNE, la confiscación de partidos políticos, la inhabilitación de candidatos, amenazas, persecuciones y encarcelamiento de dirigentes.
El texto quedó hecho jirones. Incluso, el gobierno interino reaccionó con lentitud ante el comunicado. Y aunque no se trata de mostrar solidaridades automáticas con los miembros de la Iglesia venezolana, hay que reconocerles su firmeza en la lucha por el rescate de la democracia, enfrentando hasta la postura del Vaticano. Sería absurdo, infantil y egoísta restar importancia a un pronunciamiento tan severo del episcopado, en una situación que exige tejer un gran acuerdo nacional, honestamente integrador y que trascienda al G4 o a las 27 organizaciones partidistas que firmaron un documento, cuyo contenido con seguridad poco importa a quienes perdieron su trabajo, no tienen para comer, más nunca han recibido gas y cuentan las horas de la semana en las que reciben agua y electricidad en medio de una pandemia.
Cometen un error quienes pretenden satanizar el texto de la CEV y también lo cometen los que pretenden apropiarse de él manipulando una parte.
Este grito, esta advertencia de la Iglesia, debería activar a la dirigencia para cerrar filas en este momento de mengua. No podemos permitir que nos arrebaten nuestro derecho a elecciones libres. Debemos restituir el Estado de derecho, la democracia. Ciertamente, no debemos legitimar el fraude, pero y ¿cómo convertiremos la abstención en un instrumento de lucha? En el 2018 lo logramos, referencia que, por cierto, la Iglesia olvidó citar.