Danny José Vásquez Hernández estaba desaparecido desde el 23 de abril cuando dos helicópteros de la Fuerza Armada venezolana dejaron a 30 comandos en el sector La Capilla ubicado en el lado suroeste del estado Apure. Danny José, junto a 29 compañeros, iba con órdenes de atacar el frente décimo de la disidencia de la FARC colombiana.
Ese 23 de abril el enemigo esperó en lugares estratégicos a los 30 valientes muchachos. Fueron emboscados. Francotiradores apostados en lugares privilegiados dispararon a matar. Muchos cayeron sin siquiera darse cuenta del momento de su muerte. Los miembros del comando especial fueron abandonados en el lugar. Más de un mes después, aún no está claro lo que sucedió, sin embargo y a pesar del acostumbrado manto de opacidad del régimen, la derrota militar para la FANB es inocultable. Hasta se habla de delaciones. Para colmo de la vergüenza, ocho efectivos están en manos del frente décimo de la FARC en calidad de prisioneros de guerra. Los guerrilleros no solo se mantienen bajo el control de la zona ansiosamente disputada, sino que además parecen llevar la batuta política, hasta tal punto, que en un mensaje leído bajo presión por Jean Carlos Bemont jefe del comando secuestrado, están proponiendo dialogar.
Que la disidencia de la FARC después de demostrar su fuerza militar en hombres, equipos, entrenamiento e información proponga diálogo es comparable a cuando Maduro le ofrece un diálogo a la oposición. Lo hacen porque se sienten seguros de tener el control y de poderlo mantener.
No me he olvidado del motivo de esta columna: Danny José Vásquez Hernández hizo una aparición milagrosa en la población de la Victoria el pasado 19 de mayo, casi un mes después de la matanza. Inimaginable lo que ese joven debe haber sufrido. 27 días solo, huyendo de una poderosa guerrilla, sin equipos y en un territorio que de agreste se convierte en inhóspito, con una temperatura que supera los 34 grados centígrados sin poder acercarse al río a beber agua. Debe haber sufrido unos cuantos desmayos. Con seguridad Danny apeló a lo aprendido en los cursos de sobrevivencia, a las lecciones de evasión y escape. Se guio con las estrellas, se procuró raíces para comer, supo cómo evadir los animales salvajes, con astucia se ocultó del enemigo que lo buscaba porque sabía que estaba huyendo. Danny, agotado y débil logró llegar al puesto militar en La Victoria, 5 kilómetros más allá de la masacre. En su mente estaban tatuados los cuerpos de sus amigos cayendo destrozados. Ni siquiera sabía de algún otro sobreviviente -de hecho, otros dos efectivos siguen desaparecidos-. De lo que sí estaba seguro era de que a él y sus compañeros los habían abandonado.
Cuando Danny logró llegar con vida al puesto militar de La Victoria en estado grave de deshidratación, su temple, dicen testigos, intimidaba. Preguntó por el general al mando y por los pilotos de los helicópteros que habían huido sin esperar a los sobrevivientes del ataque; estos últimos obviamente no estaban. Entonces, uno de esos tantos sujetos que colecciona condecoraciones para sumarlas decorativamente sobre sus kilos de grasa, se asomó. Danny lo increpó. Le reclamó como superior de la FANB que los hubiesen abandonado. El oficial se burló de él. Dany enfureció y con un exhalo de fuerza se le lanzó encima. Tan débil estaba que parecía imposible que pudiese causar algún daño, pero los corruptos traidores son cobardes.
De Danny trascendió -porque no hay información oficial- que fue trasladado al hospital de Guasdualito donde se encuentra en un pabellón militar. Pero algo muy grave se está fraguando en su contra. El oficial del incidente en La Victoria está pidiendo su cabeza. Se discute fabricarle un expediente de insania mental. Construyen una versión para calificarlo como afectado psicológicamente e invalidar su versión sobre todo lo que sucedió. Porque Danny es hasta ahora el único testigo vivo y libre que sabe la verdad de los hechos en Apure.
A la familia de Danny la han maltratado al no permitirle visitarlo. También se le ha prohibido hablar del tema. Su mamá no puede declarar ni expresar la angustia de no haberlo podido ver.
Cuidemos a Danny de estos bellacos de la Fuerza Armada.