Cuentan que Hugo Chávez se ufanaba de lo fácil que le resultaba dividir a la sociedad bajo la estimulación de sus diferencias. Sin importarle que la frase fuese de Plutarco: “el odio es una tendencia a aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás”, el teniente coronel aprendió rápido a manipular y envenenar con resentimientos a un colectivo, dejando así, una sociedad con dolorosas diferencias y ausente de reflexión.
La desagradable referencia se me hace necesaria desde el día en que el pesista venezolano Julio Mayora, celebrado unánimemente por su merecida medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio, cayó en el foso del desprecio de una parte del país que se indignó porque le dedicó su triunfo a Hugo Chávez. Leí comentarios realmente espantosos hacia él y su familia. No conozco a Julio, solo espero que ignore tanta miseria.
Es obvio que quienes así se comportan, no están viendo su propia realidad. Julio Mayora es un rehén más de un país llamado Venezuela. El funcionario que lo conminó a esas palabras no necesitaba un arma para presionarlo. Su sola insistencia y la voz de Nicolás Maduro al teléfono significaban amenaza: te podemos meter preso y acusarte de terrorista, secuestrar a tu abuelita, sembrarte drogas, de ellos cualquier cosa se puede esperar. También es posible que este muchacho ha reaccionado, digamos, que ante la circunstancia. Que en el barrio sobrevive por sus relaciones con los del régimen. Puede ser, no porque exista alguna razón para ser chavista, sino por un problema de necesidad. Y al final, si simpatiza con el muerto ¿por eso lo vamos a odiar?
Percibo además que a Mayora lo agreden los que no se atreven a expresarle eso mismo a los verdaderos responsables de su tragedia, frustrados por los insultos que no pueden proferir a los asesinos del régimen -que los hay y muchos-, a quienes los han privado de comida porque han destruido el aparato productivo y han llevado la inflación hasta la estratosfera, a los que les quitan el agua y la electricidad. Son los mismos que jamás se arriesgarían a decirle cuatro verdades a los carceleros torturadores porque saben que los acabarían. Entonces torpemente prefieren agredir a presos como el diputado Freddy Guevara que arriesgó la vida en las protestas y que ha retado al régimen desde que era estudiante, mientras otros muchachos andaban de fiesta. Digo Freddy y puedo nombrar por igual a los 275 presos políticos, militares y civiles, incluido mi amigo Roland Carreño, que van cayendo en el olvido y a veces como ya dije, hasta con injusto desprecio. Hace rato deberíamos tener claro que ninguno de los presos políticos merece estar así. También deberíamos dejar de comportarnos como lo que decimos que despreciamos.
¿Quienes odian no se dan cuenta de que están interpretando el guion de la dictadura? ¿No es un error maltratar a un venezolano que podríamos sumar a nuestro lado?
Escrito esto, paso la página hacia las buenas señales arrojadas por estos juegos olímpicos. Me enorgullece, por ejemplo, la tenacidad de los que lucharon por participar en la gesta olímpica. Para todos sin excepción mi aplauso y agradecimiento. Se sabe que en Venezuela no basta con alcanzar los números exigidos por el Comité Olímpico Internacional. La mayoría tuvo que procurarse los recursos para entrenar y para viajar. Han sido grandes e importantes batallas que no caben en este espacio. Menciono dos de manera especial: a Eldric Sella quien compitió en boxeo bajo la delegación de refugiados que por segunda vez asiste a los juegos olímpicos y fue creada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para visibilizar la tragedia de millones de personas desplazadas de sus países de origen por conflictos, crisis humanitarias y desastres. La reacción del gobierno de Trinidad, donde estaba en calidad de refugiado, fue prohibirle a Eldric que regresara a ese país. Ahora Acnur se moviliza para encontrarle otro destino que con seguridad será menos hostil de lo que es esa isla con nuestro pueblo.
El otro caso, Paola Pérez, competidora en los 10K de aguas abiertas. Paola fue medallista de plata en los juegos Panamericanos de 2015. Salió del país porque la piscina donde entrenaba la cerraron, se había quedado sin lugar donde entrenar. Tuvo que abrir un “Go Fund Me” para conseguir financiamiento para prepararse y viajar a Tokio. Sin patrocinio ni apoyo del régimen, Paola lo logró.
Un triunfo va más allá de una medalla.
Yulimar Rojas nos inundó de alegría después de verla volar en el triple salto, oportunidad para enseñarnos que el oro se hace pequeño ante la posibilidad del gran triunfo de recuperar nuestra libertad. Ganar pasa por imponernos sobre el odio, igual que hacemos luchando ante las adversidades. Porque si algo ha demostrado el venezolano es que no se amilana aún con mucho peso encima como nuestro otro medallista Keydomar Vallenilla. Como también Daniel Dhers que sobre su bicicleta hizo la magia de convertirnos a todos en adolescentes.
Y seguimos contando. Ocurre en el periodo de mayor abandono a los deportistas.