“… Un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país (…)”, fue una frase que no por casualidad encontré en el relato de Jorge Luis Borges “El jardín de los senderos que se bifurcan”, cuyo título parafraseó Luis Almagro en “El infierno del sendero que jamás se bifurca”, artículo que debería estar en la agenda del liderazgo venezolano para un debate sin poses de ofendidos y sin frases hechas como “no me reúno con asesinos”; en una discusión política honesta, desprovista de egos, de resentimiento, de reclamos estériles, cuyo principal objetivo sea apuntar a una estrategia que nos rescate del pavoroso foso en el que una élite sanguinaria y corrupta ha lanzado a Venezuela.
Almagro, bajo la mirada del dolor, de la comprensión, del cansancio y hasta de la decepción, demuestra cuánto ha conocido a los venezolanos durante estos años en los que como secretario general de la Organización de Estados Americanos ha montado sobre su espalda a nuestro país. Almagro ha sido soporte y esperanza. Gracias a Almagro la Corte Penal Internacional tiene un sólido expediente firmado por mandatarios regionales en el que se sustentan los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen.
Almagro, con ejercicio pragmático que lo define como un animal político controvertido, ha colocado en el tablero la alternativa de la cohabitación con contrapesos para detener la desintegración del país. Sin que eso signifique complicidad, aclara Almagro. Tres días después de este planteamiento, la casi totalidad del liderazgo opositor aún guardaba silencio. Ni siquiera por cortesía se había leído un alegato reflexivo por respuesta. De más está decir que ese coro enmudecido convirtió a Almagro durante estos años en depósito de penas y problemas, así como en moderador de debates surgidos de problemas domésticos o diferencias internas que en la oposición crecen como la hierba.
En las redes sociales sí estallaron apasionadas reacciones. La mayoría atacó la propuesta sin argumentos y sin piedad, salvo excepciones. Para el grueso de la audiencia opositora, al secretario de la OEA se le revivió su corazón de hombre de izquierda. En cambio, para los de izquierda -incluido un sector del chavismo- se trata de un plan trazado por Estados Unidos. Para algunos analistas se trata de un proyecto que busca lanzar un salvavidas al gobierno interino a punto de hundirse. Otro grupo en el que convergen alacranes, empresarios y pescadores de espacios, reivindican la propuesta como suya y acusan a Almagro de lanzarla tardíamente sin pedir perdón por los pecados cometidos. En términos generales es el retrato vergonzoso de una masa de malagradecidos.
Todo esto calza en lo que con poco optimismo pinta Almagro: “no he visto prácticamente a nadie en Venezuela que esté preparado para el ejercicio de la cohabitación”.
En un país crispado, decepcionado de su liderazgo, fracturado y adolorido, la cohabitación es un término que con toda seguridad el régimen explotará con un relato a su favor porque visto está que quien se pronuncie a favor de cohabitar podría ser tratado como traidor, más aún en tiempo de primarias.
Venezuela necesita a jefes políticos que expliquen y asuman una estrategia frente a la derrota. Urge un plan que trascienda a oscuras ambiciones revestidas de una gran hipocresía, a empresarios que se sostienen sobre irregulares contratos millonarios junto a políticos que operan clandestinamente como amigos del régimen, a deshonestos que bombardean la unidad opositora, a dirigentes con estrategias reiteradamente equivocadas que no corrigen, y un doloroso etcétera.
La propuesta de Almagro está muy lejos de ser una rendición. Su descripción sobre la tragedia del país es suficiente para propiciar el debate que active la lucha de los próximos tiempos. Porque no será una invasión milagrosa la que nos salvará y mucho menos lo harán los ataques de destrucción mutua.
Afrontar la crisis venezolana exige entereza, fortaleza, integridad, visión, porque como dice Almagro, “es un pueblo que vive un infierno con un sendero que no se bifurca nunca”. Y en ese estado, el diálogo tal como lo plantea el régimen, es estéril. De manera reiterada cada intento ha sido un choque entre dos posiciones imposibles de conciliar: “la salida de Maduro en una negociación, frente a una posible elección que pudiera significar su salida”.
Almagro advierte sobre las dificultades que cada sector debe vencer para llegar a convencerse de la conveniencia de que su propuesta es lo mejor para Venezuela, de que se trata de la posibilidad de detener la destrucción inexorable, los muertos, los presos, los torturados, el éxodo, la dramática crisis humanitaria. Todo eso que sostiene a la dictadura y a sus socios del crimen organizado.
Lograrlo es casi imposible, pero peor es no intentarlo.