Nada peor que ese infierno del que se huye, que impulsa al desespero por abrazar una tierra que trate al migrante como gente, donde el miedo no sea un tatuaje y las aspiraciones de dormir en una cama, y tener comida, servicios, seguridad y libertad no se desvanezcan bajo el yugo de una dictadura.
La población venezolana se deshace por el mundo en un ejército agonizante que peregrina sin tierra prometida, bajo el rechazo de países saturados de problemas. Otrora ciudadanos han sido expelidos de su patria por el hambre, la inseguridad, la orfandad de justicia, la vileza de quienes detentan el poder, la imposibilidad de futuro, la dificultad para ganar ingresos decentemente, la ausente opción de oportunidades.
Siete millones 100 mil seres suman quienes han deambulado, muchos desesperados, por conseguir un espacio que les ofrezca una opción distinta a entregarse al mal. Familias completas o pedazos desmembrados de ellas se arriesgan diariamente por tierra o por mar en procura de un mundo mejor.
La cuarta parte de la población de Venezuela sufre el puñal de la lejanía y en tiempos recientes algo les hace el dolor más insoportable: los ataques de sus compatriotas que los juzgan, unos desde adentro por irse, y otros desde afuera convertidos en implacables policías de migración, en cuidadores de territorio al que ellos mismos accedieron tiempo atrás y sobre el que ahora con ese comportamiento despliegan banalidad y crueldad. No son todos, claro está.
Para quienes se quedan la tragedia es lacerante, eso hay que entenderlo. No para los pocos guisadores oportunistas que hacen mucha bulla, o para los alacranes o la élite corrupta militar y civil en Miraflores. El padecimiento es para los venezolanos valientes y honestos que se niegan a abandonar su país, aferrados a su patria, convencidos de que ese antiguo paraíso se puede recuperar porque el mundo se mueve y da giros inesperados donde los Putin, los Castro, los Ortega o los Maduro pueden venirse abajo.
El país desguazado no encuentra cobijo y las últimas acciones de Estados Unidos colocan sello a la desesperanza. Ya el aliado del norte no es una opción. La decisión, absolutamente contradictoria con las promesas y acciones previas de Joe Biden, limita el acceso de entrada a venezolanos a una cantidad total de 24 mil migrantes que bajo el Título 42 autoriza desde el 12 de octubre a expulsiones “en caliente” sin posibilidad de pedir asilo. La cifra resulta en un edicto cargado de sarcasmo cuando se conoce que solo en septiembre fueron detenidos 33 mil venezolanos en la frontera con Estados Unidos. En adición, los requisitos para ingresar son claramente excluyentes.
La decisión de Biden se vuelve difícil de explicar luego de que unos meses atrás había acudido a tribunales para solicitar la anulación de ese Título 42 propuesto por su predecesor, y que ahora él fortalece y expande.
Expertos en la materia en EEUU como el economista Dany Bahar, han desplegado estudios que prueban cómo la inmigración beneficia a los trabajadores estadounidenses. “Brookings Workforce of the future” por ejemplo, ha identificado el importante rol de los inmigrantes en ocupaciones fundamentales que complementan la fuerza laboral local.
Para explicar tanta incongruencia, analistas acotan que Biden cedió en un momento electoral a las presiones hábilmente ejecutadas por los gobernadores de Arizona, Texas y Florida a través del envío de buses con migrantes a Washington DC y Nueva York, y en avión a Marthas´s Vineyard.
La respuesta de Maduro ha sido un aplauso disimulado, tan discreto como la celebración de la entrega de los narcosobrinos. Solo le falta recuperar a su socio Alex Saab mientras lo de la eliminación de las sanciones se asoma como una suave colcha.
Políticos venezolanos opositores han tratado de levantar su voz para evitar que la desesperanza siga ganando terreno, pero el asunto se vuelve difícil. La desalentadora medida “humanitaria” de Biden ha dejado a miles de venezolanos en un tránsito desgarrador en este momento, en zonas inhóspitas donde han quedado atrapados después de haber agotado los pocos medios de vida de los que disponían para dar el paso de llegar a un país supuestamente aliado. Son venezolanos que ahora están más expuestos a las bandas criminales que operan con el tráfico de personas.
Es un trato inmerecido, despiadado, injusto. Con otros países EEUU ha sido más laxo, más comprensivo.
Es exactamente lo que Maduro desea. Castigo ejemplarizante a todo aquel que se atrevió a soñar. Oportunidad de teatro para interpretar su rol de hombre magnánimo recibiendo a los arrepentidos mientras militantes opositores duros se quedan fuera, esos no le interesan, desea que se pudran, nunca tendrán oportunidad de votar.
Ahora es cuando hay que valorar la generosidad del expresidente de Colombia Iván Duque.