El mundo democrático ha debatido una vez más sobre los crímenes y demás violaciones de los derechos humanos que de manera reiterada viene cometiendo Nicolás Maduro, más aún en la proximidad de un proceso electoral. Y aunque él diga y se comporte como que no le importa, no es un asunto menor.
Este miércoles la Misión de Determinación de los Hechos de la ONU, y el martes pasado la Oficina del Alto Comisionado de DDHH de la ONU denunciaron la restricción indebida del espacio cívico y democrático expresada a través de ataques a opositores, detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas y persecución a ONG´s, todo complementado con un aparataje ilegal que procura aplastar y perseguir a defensores de derechos humanos y disidentes políticos, desde estudiantes, pasando por trabajadores, pensionados y todo ciudadano que se atreva a expresar oposición al dominio de un tirano.
Las señales del régimen no dejan lugar a dudas de que Maduro está dispuesto a mofarse de las objeciones que expresan gobiernos democráticos y organismos internacionales a su expresión totalitaria.
Por eso expulsó de Caracas con la soberbia de un dictador a la Comisión de DDHH de la ONU. El paso siguiente que desea le será más difícil: evadir el proceso electoral, aunque tal vez el pánico de una inminente derrota lo lleve a eso.
Por lo pronto las democracias del mundo ya colocan al régimen de Maduro al mismo nivel de Cuba o Nicaragua mientras los organismos internacionales van enriqueciendo con pruebas contundentes a la Corte Penal internacional.
La estrategia del régimen mantiene el manido relato de victimizarse, narrativa insostenible en la medida de que el riesgo de perder las elecciones lo lleve a apelar a la violencia. De hecho, la misión de la ONU alertó que la dictadura probablemente activará dos tipos de acciones de presión que bajo los hechos ya han sido puestas en práctica, pero que en corto tiempo podrían masificarse. Se trata de decisiones violentas que buscarán silenciar las voces opositoras a cualquier precio, o bien llevándolos a prisión mediante la comisión de delitos, con extorsión, o contra su seguridad física. La segunda consiste en crear un clima de terror e intimidación que restrinja a la población el ejercicio libre de los derechos fundamentales. Eso ya se asoma.
El régimen apenas comienza a mostrar hasta dónde está dispuesto a llegar. Nadie debe dudar de que Maduro para mantenerse en el poder está dispuesto a todo, y todo es ir contra la voluntad de más de 80 por ciento de los venezolanos, y contra las aspiraciones del mundo democrático. Visto está que el aparataje represivo se ha ido consolidando en la medida que Maduro constata el desprecio del pueblo.
La mayoría de los venezolanos, por su parte, ha decidido exigir el respeto de sus derechos como ciudadanos y poder medirse en unas elecciones transparentes, inclusivas y participativas.
Maduro más que prepararse para unas elecciones, se alista para una guerra. Las elecciones significan para Maduro un proceso aterrador que lo obliga a tener que pasar ineludiblemente por la campaña humillante que le exige visitar poblaciones
donde sus habitantes ni siquiera por hambre negocian un aplauso a cambio de una bolsa de comida. Igual, un alto porcentaje del presupuesto se desangra en producir imágenes falsas que procuran la sensación de aclamación. No lo logran.
Las reacciones violentas y los atropellos a los líderes opositores solo demuestran que los números que arrojan las encuestan son ciertos: María Corina Machado en un proceso limpio, arrasaría.
Pero el régimen no deja que se inscriban nuevos votantes, impide el registro electoral en el exterior, está reorganizando el registro para impedir el voto libre, aceita a los grupos violentos y reparte billete para mucho alacrán.
Pero Maduro piensa en las elecciones en Rusia y saliva.
Sin embargo, un país se ha montado en la esperanza y María Corina ha liderado una campaña electoral impecable. Eso, la coloca en el renglón de inhabilitada lo que ciertamente es desalentador, pero no puede significar darse por derrotado o abandonar la pelea, al contrario, hacía mucho tiempo que el mundo opositor unido estuviese tan decidido a que la estrategia correcta es la ruta electoral, incluso en estas difíciles circunstancias.
Y aunque no debe sorprender que Maduro termine por emular a su hermano déspota Daniel Ortega mandando a prisión a cuanto candidato él considere peligroso (que son todos los que no están bajo su control), la pelea apenas comienza.
No vienen tiempo fáciles. Ya no lo son estos momentos, y pueden ponerse peor. Los servicios colapsados y un pueblo hambriento son una dolorosa realidad que ha de activar a un ciudadano convencido de que Maduro solo es garantía de sufrimiento porque además la inmensa mayoría está convencida de que solo la salida de Maduro abre la posibilidad de comenzar a recuperar el país que fuimos.