04 Apr
El juego sigue abierto
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Hay presos políticos torturados sin derecho a la defensa en las mazmorras del régimen que eran niños hace 30 años el día que Hugo Chávez fue puesto en libertad. La celebración de ese 26 de marzo cuando el militar salió de la cárcel de Yare fue organizada por Nicolás Maduro quien en estos tiempos de campaña ha constatado el desprecio que por él siente el pueblo venezolano por lo que tiene que apelar -y lo hace con desespero- a la imagen del militar muerto. Su esfuerzo por referirse a Chávez como un expreso sufrido es, como todo lo del régimen, una falsedad. Pero no tiene alternativa porque decir la verdad implicaría admitir no solo que a Chávez se le respetaron todos sus derechos en prisión, si no también cómo los disfrutó fuera de ella, incluida la posibilidad de aspirar a la presidencia de la República y ganarla.

A Maduro solo le queda utilizar la fuerza y el abuso ilegal de su poder. Cuenta con varios, entre ellos Tarek William Saab el fiscal que ha convertido en su divertimento y vil ejercicio del derecho, cazar víctimas convertidas por su despreciable narrativa en asesinos, terroristas, conspiradores sumisos a la líder de la unidad opositora María Corina Machado.

Contrasta esta realidad con el proceso jurídico transparente y el trato respetuoso -se diría que deferente- del que gozaron quienes habían levantado las armas contra un presidente elegido democráticamente, dejando más de cien muertos e incontables heridos.

No fueron pocas las anécdotas escuchadas directamente en voz de los detenidos por el intento de golpe del 4 de febrero de 1992 respecto a las libertades de las que gozaban en prisión. Por ejemplo, Francisco Arias Cárdenas -quien se sentía el verdadero jefe, visto que a diferencia de Chávez sí había culminado con éxito el objetivo militar- solía comentar cuánto le molestaba lo poco que Hugo le dedicaba al debate político prefiriendo entregar su tiempo a las admiradoras ansiosas que demandaban intimidad, derecho también respetado por sus carceleros. Además, con frecuencia Chávez posaba para fotógrafos, declaraba a periodistas e incluso llegó a grabar un video para televisión. Su salida fue un espectáculo que el poder respetó, así como su decisión de recorrer al país y hacer política a su gusto. Nada ni nadie limitó los pasos del militar quien se paseó de la abstención a la candidatura presidencial. La palabra inhabilitación y su perversa aplicación para eliminar candidatos era inimaginable. Sus derechos políticos fueron respetados y su militancia podía difundir sus simpatías sin ser perseguido, ni agredido, ni encarcelado. Disfrutó la difusión de su mensaje a su antojo a través de los medios de comunicación y recorrió al país sin limitaciones. Nadie lo investigó ni siquiera para indagar el origen del dinero utilizado en su campaña, asunto digno de sospechas tratándose de un militar que llevaba tiempo sin trabajar y que repetía que no tenía donde caerse muerto.

Mientras estuvo en el poder Chávez cometió desafueros, atropellos ilegales con el mínimo cuidado -que no siempre logró- de no cruzar la línea que lo convertía en dictador. Solía decir que era más sabrosa la alfombra roja de la democracia. Su esfuerzo entonces iba por tratar de cuidar las formas, que insisto, no siempre logró.

A Maduro en cambio nada de eso le importa. Que le digan sanguinario, torturador, barriga verde, dictador, todo le rueda. Lo único que le importa es mantenerse en el poder y con ello vivir como lo hacen los tiranos: a cuerpo de rey. Él sabe que los venezolanos lo desprecian que la única manera de mantenerse en Miraflores es como lo está haciendo: evitando una elección limpia y libre.

A eso nos enfrentamos. Sufrimos todos los obstáculos imaginables y más. Ya se trata de un tirano cínico tan descarado que se le va volviendo incómodo a sus tradicionales aliados. ¿Por qué inhabilitar a una rival política como María Corina Machado? ¿Por qué hacer inviable la alternativa de que se inscriba la honorable Corina Yoris? ¿Es tan contundente la certeza de su derrota que solo permite inscribirse a aquellos que pasan por su tamiz del chantaje? ¿Quién le puede creer si no respeta los acuerdos internacionales? ¿Qué manera es esa de insultar a los gobiernos que objetan la ausencia de democracia en Venezuela?

Hoy Maduro es maloliente, es una visita incómoda para aquellos que se visten de demócratas.

Estamos enfrentando al monstruo con las manos atadas, y, aun así, tenemos que seguir con la estrategia ejecutada hasta ahora y que lo ha llevado a cometer errores: mantenernos en la ruta democrática, en la opción electoral.

El juego aún está abierto. Se ha de procurar continuar con sensatez, tenacidad y templanza esta lucha. Respetando el liderazgo de María Corina Machado, sin desviarse del objetivo de recuperar esa Venezuela que gozamos en democracia.