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El 28 de julio se activa una oportunidad excepcional que debemos ejercer con responsabilidad hasta el final, es decir hasta garantizar que nuestra decisión sea respetada y, por lo tanto, acatada.
Son ellos los que tienen miedo. Algunos ya han arreglado su huida, han sacado fuera a su familia, y tienen varios disfraces dispuestos para el momento inevitable de utilizar las rutas que los saquen de la frontera venezolana.
La verdad es que la mayoría de la directiva del Psuv tiene su plan B, con el convencimiento de que Nicolás Maduro es un pésimo candidato, solo que ninguno se atrevió a enfrentarlo.
Nicolás Maduro es la ignominia. El país habrá de humillarlo votando en su contra.
Es insostenible para Maduro mantenerse en el poder. Con esto no quiero pecar de optimista y decir que la solución está fácil, pero no tengo dudas de que su caída es indetenible. Están saturados hasta los suyos.
Además, y muy importante, hay alternativa. El país la conoce, la ha abrazado, está feliz con ella y siente orgullo de lo que ha venido sucediendo desde la oposición.
Tenemos que reconocer el esfuerzo de nuestro liderazgo y tenemos que apoyarlo en la epopeya de ganar este 28 de julio. Para ello además de votar por Edmundo González Urrutia, como dice María Corina Machado, hay que cobrar. La lucha, hasta el final, ha de culminar con la sólida y estable recuperación de nuestra democracia.
María Corina ha convertido en posible el regreso de la democracia y ha alumbrado el sueño de la reunificación familiar con la vuelta a la patria de millones de venezolanos. De nada le sirvió a la dictadura su inhabilitación. Se equivocaron, la subestimaron. El régimen también falló al evaluar a la dirigencia opositora y apostar que se fracturaría, por lo que ha tenido que conformarse con los alacranes abiertamente tarifados y con inutilidad resultante.
También la dictadura desde el aislamiento de su poder subestimó a los ciudadanos al calcular que indefinidamente podía mantenerlos en la miseria con eventuales limosnas, doblegados bajo el yugo del miedo.
Presumían de su poder y ahora quedaron al descubierto en un relato que no esperaban en el que mientras una monja le entrega un escapulario de la virgen del Carmen a María Corina Machado, Nicolás Maduro invita brujos a Miraflores; mientras María Corina consuela con amor al desesperado, Maduro convoca al odio, burlándose de manera cobarde de sus oponentes, agrediendo con especial saña al candidato presidencial Edmundo González Urrutia.
Maduro sintiéndose impune está huérfano de una coartada que logre desmentir cómo él y su entorno de Palacio han desmantelado al país en beneficio de sus mafias y bolsillos personales.
Hay que comprender que Maduro no anda bien. Estar más de 30 puntos por debajo de Edmundo González Urrutia faltando menos de 40 días para las elecciones presidenciales, ha de tenerlo nerviosillo y de muy malas pulgas.
En todo caso, la escena me hizo recordar muchas conversaciones que he tenido con quienes han ocupado altos cargos, civiles y militares, en el régimen de Nicolás Maduro. Todos sin excepción coinciden en señalar que jamás convocó a una reunión de Consejo de ministros, no existieron puntos de cuenta y el procedimiento de mando en Miraflores era más parecido al de un jefe mafioso. Nadie le besaba un anillo, pero sí había muchos genuflexos.
Lo que denuncia el rector Delpino obliga a una respuesta estratégica por parte del liderazgo opositor.
A pesar de lo alarmante de la situación también llaman la atención las diferencias internas entre Elvis Amoroso y el vicepresidente Carlos Quintero, de quien siempre se ha dicho que se encarga de mover los hilos secretos del CNE.
Amoroso por su parte, encabeza el CNE porque es de confianza de la familia presidencial, en especial de Cilia Flores a quien Amoroso le elaboraba los escritos jurídicos que ella presentaba en diferentes instancias. El rector Delpino también ha hecho pública la insólita ilegalidad llevada a cabo por el secretario Antonio Meneses que ha asumido filtrar y violentar la correspondencia interna.
Vale la advertencia al mundo opositor de cuidarse de caer en triunfalismo. La amoralidad del régimen y su acumulado de delitos, lo hace aún más peligroso.
Entretanto es relevante registrar las reveladoras señales de desconfianza dentro de la élite que está en el poder. Todos tienen un cuchillo en la boca. Y descaradamente todos amenazan con prender el ventilador.
En tiempos de desconfianza y cuando las tensiones aumentan en el Palacio Presidencial algunos se preguntan: ¿Tendrá González López más información que el director de la DGCIM Iván Hernández Dala? ¿Quién tiene mayor poder de chantaje? Difícil saberlo, responden las fuentes, aunque pesa mucho que el jefe de contrainteligencia militar ha estado más cerca de la familia presidencial.
A menos de dos meses del proceso electoral esa tendencia, como diría la fallecida Tibisay Lucena, se presenta irreversible. Claro que el régimen, entiéndase con ello Nicolás Maduro y la élite de privilegiados en torno a Miraflores, aún no se resigna y está lejos de admitir que no puede evitar su derrota. Y aunque la impopularidad es muy fuerte, son varias las cartas tramposas, ilegales a las que Maduro puede apelar en su miedo y desesperación.
La diferencia es que en esta ocasión la oposición está haciendo política y está dispuesta a negociar, volviendo de uso cotidiano una palabra satanizada hasta hace poco: transición, y con ella un vital asunto debatido en mesas internacionales: la justicia transicional. Pero primero es lo primero.