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No me voy a referir al dicho que tanto circuló cuando se conoció la muerte de Eliézer Otaiza, ex director de Disip, y ex de otros tantos cargos en este gobierno que ya pasa de 15 años: quien a hierro mata…
Me niego a que mi espíritu se haya contagiado de sed de venganza y de todos esos sentimientos oscuros sobre los que se ha sostenido este régimen.
Cuando digo la ley de Otaiza pienso en la que le están aplicando los jefes del régimen a los ciudadanos de este país, al convertirnos a todos en presas de maleantes que con total impunidad acaban con vidas, sin distingo de ideologías o colores políticos.
Nunca faltan aquellos que flotan como el corcho y que viven cazando la primera oportunidad para empantanar las circunstancias y aprovecharse de los momentos complicados de los otros. Los pescadores en río revuelto, pues.
Nadie duda de que el país está convulsionado. Y más allá, todas las encuestadoras registran que la mayoría de los venezolanos tiene la terrible certeza de la proximidad de tiempos peores. De violencia, de escasez, de orfandad, de anarquía. De caos.
Más de dos meses de protestas. En este caso, dolorosamente todo es más. La cifra va creciendo día a día. Son más de 40 los muertos; de largo, más de dos mil 300 las detenciones. Difícil de calcular quiénes siguen presos. El número cambia minuto a minuto así como su categoría entre libertad plena y medidas sustitutivas de libertad, casi todos con régimen de presentación y con infames condiciones que limitan su derecho de protestar. Los heridos y torturados son un tema especial. No todos han entrado en la estadística. Muchos han sido atendidos en ambulatorios o con voluntarios que asisten a las manifestaciones y los más severos en centros asistenciales. Muchos con graves consecuencias. En su mayoría se trata de jóvenes de escasos recursos económicos cuyas vidas quedarán marcadas para siempre por la represión.
Recordaremos siempre a Michaelle Ascensio
El Grito Ignorado
En todos estos meses, desde que Nicolás Maduro asumió la presidencia, las informaciones sobre intentos de golpes de Estado y presuntos magnicidios, quedaron como chistes paranoicos del gobierno.
La verdad, es que paranoicos están. También inseguros. El Ejecutivo, con militares y civiles armados, financiados y protegidos, que han materializado una brutal represión en Caracas y distintas poblaciones del país, no han logrado tranquilizar en 8 semanas, a una población atormentada por la crisis económica y la inseguridad, que salió a las calles a protestar.
En sólo dos cosas destaca este régimen: en la generación de odio activado en multiplicador de violencia, y en la mentira apoyada en un descomunal laboratorio de propaganda bajo la cual se ha resguardado para cometer todo tipo de desmanes, desde el asalto al bien público hasta la vinculación con narcotraficantes.
Venezuela se desangra, literalmente.
Hemos vivido un mes de violencia. Los jerarcas del gobierno salivan con la idea de reprimir, por eso el escenario de violencia pareciera ser cómodo para un régimen que intenta surfear lo imposible: la crisis económica que salta como las tapas de las alcantarillas de desagües inundados.
Despertó Venezuela. No se puede describir más gráficamente la contundente protesta que durante dos semanas se ha cumplido en sectores de Caracas, pero especialmente en el interior del país.
Y esta protesta, hermosa, honesta, pacífica, valiente, ha recibido como respuesta la más brutal represión continua que hayamos vivido en décadas. Con un agravante, ha sido ejecutada no sólo a través de los organismos de seguridad –la Guardia Nacional y la Policía Nacional Bolivariana- si no a través de las bandas paramilitares financiadas por el gobierno y resguardadas bajo el nombre de colectivos que armados hasta los dientes, aterrorizan a la población –disparan, destrozan carros y residencias- con total impunidad, o lo que es peor con el aplauso del gobierno encabezado por un atemorizado Nicolás Maduro. Además, todo en medio de la peor censura y autocensura que se haya vivido desde la última dictadura, antes de ésta, la de Pérez Jiménez.
Miro la foto de unas 30 personas de Cumbres de Curumo que con banderas y orgullo se apostaron en la entrada de Fuerte Tiuna. La cara de los efectivos militares era un poema. No lo podían creer: “esta gente no nos tiene miedo”.
Tres muertos, casi 30 heridos, más de 120 detenidos –el abogado Alfredo Romero refirió que varios fueron torturados con electricidad- engrosan dolorosamente un vergonzoso dossier de violaciones a los derechos humanos. Record en 24 horas.